El santo de fray Juan de la Cruz pregunta en su Cántico a los bosques y espesuras, plantados por la mano de la Amado, al prado de verduras de flores esmaltado y a toda la belleza que encuentra en su camino si Dios había pasado por ellos para que lucieran de ese modo.
La Pascua es el Dios que pasa hermoseándolo todo, como si el mundo fuese, después de Él, un estanque sereno lleno de cisnes que no se meten con nadie.
La placidez ha venido estos días de lluvia a los cristales de mi ventana permitiendo una contemplación de gozos y clarividencias. Consuelos, al ver que los campos y los ríos han guardado ya su lengua sedienta después de tantos meses sin caer una gota.
Y certezas al comprobar que, cuando ellos no están, la sociedad se deleita por la ausencia de los que soliviantan las aspas de molino en los que ya no queda trigo por moler.
Cuando, tras la Semana Santa, ellos salen de sus escondites de descanso, se nota de nuevo una turbulencia que podríamos evitar si no estuvieran, erre que erra, con sus quimeras, desinstalando la hermosura de la Pascua, prescindiendo de una luz que tanto necesitan.
Hay personas que enredan con su sola presencia y, lamentablemente, no podemos prescindir de ellas.
Pedro Villarejo