Me comentaba un amigo poeta el otro día que él escribe para entrar con dignidad en el olvido. En la misma línea, Borges nos ha pedido a todos antes de morir que procuremos olvidarle. Sólo los mediocres y los nefastos desean ser recordados solicitando, indirectamente, que reluzca su nombre en alguna avenida importante o que alguien se atreva a levantarle una estatua con sombrero, de esas que terminen llenando de residuos las palomas.
San Pablo escribió a los tesalonicenses que tenía el nombre de muchos parásitos viviendo sin trabajar, “el que no trabaje que no coma”, porque también algunos serán recordados por su endémica vagancia. Aunque siempre será más provechoso no hacer nada que deshacer lo bien hecho para dar rienda suelta a la intrínseca maldad que llevan en sus corazones, como una bomba de relojería.
A algunos importantes les preocupa mucho el modo en el que pasarán a la Historia. Y es, en esa obsesión, donde se rebaja a mínimos su importancia. El verdadero hacedor queda en los pergaminos como un ejemplo; los otros, serán una pena escrita que lamentablemente hemos tenido que soportar.