Como en más de una ocasión he referido, la vida es un largo aprendizaje que se nutre de tener los ojos abiertos y entretejer las realidades con los sueños. Además de los muchos maestros, también he aprendido de los libros, en uno de los cuales reflexioné sobre como tratan en Las Molucas a sus árboles perfumados: pasan delante de ellos reverenciándolos con el ala de su sombrero, sin levantar la voz porque ellos entienden que sus antepasados se han reencarnado en las diferencias del bosque y, el susurro de las hojas, es la larga conversación que aún les queda por comunicar
…Se me ocurre que todo en la vida son árboles perfumados que merecen el respeto de los viandantes porque sus hojas, incluso cuando se caen doradas en el otoño, tiene mucho que decirnos, una lección de verde y decadencia. Quizás algunas ramas se les caigan de no soportar tantos asombros.
Respetar a cuanto se mueve en la vida no está reñido con la opinión de que es preciso mejorar los caminos para transitar con más libertad entre las espesuras y pedir que se sostenga una luz permanente para que, a la noche, no confundamos la quietud del álamo con el cálculo medido de un contrabandista.
Pedro Villarejo