En enero de 2023, la Oficina del Comisionado Infantil del Reino Unido lanzó un revelador y aterrador informe titulado “Mucho de esto en realidad es abuso”. La enunciación, que no es casual, fue escuchada en el testimonio de adolescentes británicos al hacer referencia a lo que se ve en la pornografía actual, ya que millones de niños y adolescentes están aprendiendo sobre sexualidad a través de pantallas, donde lo que observan no es amor, sino violencia, humillación y abuso, pero todo ello presentado como si fuera el mejor placer de la vida.
El estudio señala que la mayoría de los jóvenes se expone a la pornografía por primera vez a partir de los 9 o 10 años. En la mayor parte de los casos, el acceso no fue intencionado, sino por accidente; los contenidos se visibilizan en redes sociales como TikTok, Twitter o WhatsApp, o bien, a partir de los mensajes de amigos. Lo más alarmante es que la pornografía de hoy es más violenta y extrema que nunca. La mayoría de los videos top de YouTube están relacionados con la violencia sexual y más del 50 por ciento de los más vistos incluyen violencia. En muchos de ellos aparecen mujeres humilladas o forzadas. Un alto porcentaje de las chicas jóvenes nos ha comentado que sienten que llega un momento en el que se les obliga a aceptar como normales comportamientos agresivos si se muestran en videos.
Los adolescentes no aprenden sobre afecto, empatía y consentimiento, sino que interiorizan la idea de que el sexo conlleva dominio, agresión y sumisión. Para muchos varones, esto muestra lo distorsionado que puede verse el deseo o la atracción; para muchas chicas, el miedo, la ansiedad o la repulsión. Por tanto, la pornografía está sustituyendo la educación sexual por una “educación de la violencia”.
Desde el punto de vista cerebral, la investigación en neurociencia muestra que las imágenes pornográficas activan de inmediato el circuito de recompensa, liberando grandes cantidades de dopamina. Cuanto más violento y extremo es el contenido, con mucha mayor frecuencia se produce una respuesta dopaminérgica fuerte ante las imágenes. Por lo tanto, se forma un circuito de recompensa patológico: el cerebro comienza a asociar el placer con la violencia, la agresión o la dominación.
A la larga, esta sobreestimulación conduce a una tolerancia y a una desensibilización, lo que implica que los jóvenes necesitarán contenidos pornográficos cada vez más extremos para sentir la misma excitación. La exposición también modifica las áreas del cerebro asociadas con la empatía, el control de los impulsos y la toma de decisiones (en particular, la corteza prefrontal), y conlleva cambios en el desarrollo emocional y moral. Consecuencias en el ámbito psicológico y social
Las secuelas negativas de esta anticipación son múltiples:
– Incremento de la ansiedad, la depresión y las distorsiones de la autoimagen corporal. Este último aspecto, sobre todo en niñas.
– Normalización del abuso sexual y cosificación (por eso tienden a perder la empatía hacia las víctimas).
– Problemas para establecer una relación emocional auténtica. Muchos jóvenes han sistematizado la confusión entre el placer y la violencia o el dilema del consumo.
– Aislamiento social y dependencia derivados del origen compulsivo del uso de la pornografía.
– Dificultades de concentración y bajo rendimiento escolar asociados a alteraciones del sistema dopaminérgico.
¿Qué podemos hacer?
1) Hablar antes de que lo haga internet. No hay que esperar a que el hijo se encuentre con la pornografía, sino suponer que la verá y hay que prepararlo para ello.
2) Enseñar a distinguir entre la realidad y la ficción. Hay que explicar que aquello que aparece en estos videos no es amor ni respeto, sino actuación y violencia.
3) Desarrollar el pensamiento crítico y de la empatía. Hay que hablar de cómo deben ser tratadas las personas: con dignidad y consentimiento.
4) Utilización de filtros, pero, lo más importante, el fomento del diálogo. La tecnología ayuda, pero la confianza protege más.
5) Modelar relaciones sanas. Los hijos aprenden a través del modelo parental.
El informe de la Comisión de la Infancia concluye que la pornografía, tal y como se presenta hoy en día a los chicos, está formando una generación con una visión muy distorsionada de la sexualidad, la igualdad y el respeto. Las plataformas digitales deben ser encauzadas, pero, al final, el primer muro de contención relacionado con la pornografía sigue siendo el hogar.
Educar en la sexualidad no consiste en hablar sólo de la biología, sino también de amor, respeto, empatía y límites. Si los padres no lo hacen, será internet quien ocupará ese lugar, y lo hará haciendo llegar mensajes relacionados con el abuso, la violencia y la deshumanización.
Por su interés reproducimos este artículo de Jesús Amaya Guerra publicado en la Vanguardia (MX) – Niños expuestos a la pornografía, la nueva deformación