Con tantos impedimentos para que vengan los hijos, se duelen los amores y las familias al sentirse escuetamente prolongados. Además, no cesan de definir derechos y leyes sobre la voluntad y los vientres, como si todo fuera nuestro. Si de verdad nuestra fuera la voluntad y la vida, decidiríamos morir cuando nos diese la gana y no cuando llega la noche con las cuerdas del asombro desatadas.
Más que derechos, deberes hacen falta en un mundo donde las calles de la convivencia están llenas de basuras mordidas. No hemos nacido para conformarnos con el destino de las circunstancias, sino para desenredar la trenza del pelo negro de la noche y ponerle cascabeles a la sombra. Hemos nacido para dar vida y, si es posible, enamorada.