Iban a todas las misas de todos los curas, especialmente a la de algunos. Llegaban a la primera banca en la hora precisa, abrían una cartera y orientaban el artilugio en dirección a la boca del cura que oficiaba. Terminada la homilía, el procedimiento era inverso y salían de la iglesia por la nave lateral como si sufrieran un apretón fisiológico. Hablo de los policías cumpliendo con la obediencia debida, como han hecho siempre, aunque luego los jefes miran para otro lado, les dejan tirados y dicen, como Adán al sorprenderlo Dios con la manzana: “Yo no he sido”.
El cura aquel ese día iba a ser muy prudente con su análisis bíblico y al empezar, con cara de bueno, se dirigió al policía de turno ahorrándole su tarea: “Puede usted cerrar el maletín porque hoy no diré nada importante”. Sucedió en octubre de 1974… El diario de la ciudad en la que el cura celebraba sus misas, no tenía oficiales a su puerta, pero sí la consigna de lo que le estaba permitido publicar.
…Conociendo la catadura moral de nuestro Presidente, sé que se dejará, la piel primero, y luego la vida por evitar el regreso a aquellas limitaciones.