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Miguel Hernández. Noticias dolorosas

Miguel Henrández y Josefina Manresa. | Fuente: Cartas y Diarios del Silencio. Un blog de Elizabeth Conte Chassin-Trubert.

Capítulo 5 y último: Dolor de esposa

Casi a finales de 1934 Miguel se pone de novio con una morena muchachita, hija de guardia civil, que cada tarde ve pasar limpia y casta buscando su taller de costura.

Es su año de Madrid y crítica. Aunque en la capital no se halla del todo sin la sustancia de la tierra que le vio nacer, sin su envoltura de lana en el alma de pastor. Y se lamenta:

Alto soy de mirar a las palmeras,

rudo de convivir con las montañas…

Yo me vi bajo y blando en las aceras

de una ciudad espléndida de arañas.

Josefina Manresa se llama la costurera que templa y enciende, al mismo tiempo, las pasiones de este “ciervo vulnerado” que tantas cosas deseó en San Juan de la Cruz, aunque con otros fuegos. El amor de Miguel es un amor eterno que tierra y campanas proclamarán día y noche como el que toca a gloria y a verdad, indefinidamente. Los poemas más tiernos son para Josefina. Y cuando Josefina se resiste al aprieto y al beso infinito de su novio, él se desahoga en una corta distancia para escribir:

Te me mueres de casta y de sencilla:

Estoy convicto, amor, estoy confeso

de que, raptor intrépido de un beso

yo te libé la flor de la mejilla.

La emoción y la sal que romperán los vidrios de su fuente, tienen en Josefina enredadera y destino. Poetas como Juan Ramón, Machado, Neruda, Miguel mismo… cuando se enamoran encuentran un común cauce de sinrazón que les permite vivir cuerdos en permanente locura: frenan el mar, disculpan el filo de todas las navajas, llenan de corcho las paredes de los otros deseos y se ofrecen para vivir sobre la baranda de los sueños.

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EPÍLOGO

Tenía yo veintiocho años y con varios amigos jugaba a baloncesto en la Playa del Cura, de Torrevieja. En el tiempo de las presentaciones estreché la mano de un joven con los mismos años que pronunció su nombre: Miguel Hernández.

Solo escucharlo me conmoví sin poderlo evitar: Igual que el poeta, le contesté:

-Sí, soy su sobrino, un hijo de su hermano.

Desde ese instante ya no me interesaba otra cosa que escucharle, ahondar en sus conocimientos, saber de todo lo referido al Miguel que admiraba con tanta vehemencia. Entre otras cosas, me dijo que su tía vivía en Elche pero que no podía acercarme su dirección porque estaba cansada de que sus respuestas fueran mal interpretadas.

Me hice de rogar y de valer para conseguir del sobrino la calle donde Josefina Manresa recordaba aquel pulso de varonil hechura, de incansable deseo. Dos horas me costó y más de un café para que el reciente amigo soltase la dirección deseada.

-Me has de jurar que nunca de mi boca ha salido tal información.

Se lo prometí. Y ese instante envié a Josefina Manresa, por mensajería, un ramo de rosas con la solicitud humilde de querer visitarla. En la carta que llevaban las flores le había dicho quién era y cuánto los amaba.

Antes de una semana Josefina me contestó con su letra sencilla y el corazón abierto: “Venga cuando quiera”…

Lo demás es silencio, en palabras de Hamlet. Lo demás es un río de misterios que llevan la sangre de un hombre incomparable, de un doloroso tiempo.

FIN

EL DUENDE

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