Miguel Hernández: Noticias dolorosas

21 de julio de 2024
3 minutos de lectura
Miguel Hernández I Fuente: La otra poesía

Capítulo cuarto: dolor de amigos (y 2)

A los pocos meses Miguel Hernández vuelve a su tierra después de aprender, aunque no de gozar, en un Madrid que le empuja a escribir su primer libro de versos con estilo marcadamente gongorino: Perito en lunas.

Loco está de contento, se lo publican en 1923 y uno de los primeros ejemplares quiere dedicárselo a Federico García Lorca, al que escribe también una impetuosa carta: “¿No es cierto que soy el mejor poeta de España?”. Los del 27 estaban acostumbrados a reunirse casi todas las madrugadas para declamar los favores de las musas, al mismo tiempo que veían si el aplauso de sus compañeros era lástima solidaria, belleza manifiesta o atisbos para mañana. Federico lee la carta y el libro a la tertulia de sus amigos, muchos de los cuales ya conocían a Miguel Hernández, y contesta pronto al de Orihuela: “Muy bueno tu libro, seguirás escribiendo para gozo de todos, pero no es para que te consideres el mejor poeta de España, no es para tanto”. Cuando la estupidez de los fusiles hayan matado a Federico Miguel, tan amigo de la verdad y el llanto, escribirá sin pulso:

¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,

Pero qué injustamente arrebatada!

No sabe andar despacio, y acuchilla

Cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,

Tú, el gavilán más alto, desplomado,

Tú, el más grande rugido,

Callado, y más callado, y más callado.

En 1934, Cossío elabora en Madrid una enciclopedia de toros y necesita un secretario para cuyo puesto se acuerda de Miguel Hernández. Este segundo viaje es más concluyente, más diáfano y definitivo para las relaciones y la valoración del poeta y dramaturgo que ya Miguel, el pastor de Orihuela.

Lo que más se destaca de este tiempo es el fuerte acento crítico a cuya reflexión le hacen llegar los abanderados del 27. Pablo Neruda, que acaba de fundar una revista lírica muy leída, Caballo Verde para la Poesía, le reclama de compañero en los trabajos literarios, al mismo tiempo que le  advierte su tufo “sotánico y satánico” en lo que ha escrito hasta ahora, envuelto en la amistad avasalladora de Sijé. Miguel parece despertar de un sueño que ha llenado de cadenas su pensamiento de hombre pobre y de pueblo y, como volcán que es, estalla en bocas de pólvora y besos que van a definir este tiempo de lujuria y crítica.

Con Ramón Sijé se habían jurado amistad eterna, de piedra labrada en la necesidad, tanto, que un día se abrieron las venas para mezclarse las sangres y jurarse que, si alguno de los dos muriera en ausencia del otro, vendría el sobreviviente para desenterrar al muerto hasta llenar de lágrimas y promesas el cuerpo frío hasta hacerlo resucitar.

Ahora Miguel está distanciado de Sijé por aquello del tufo “sotánico” y por esta otra libertad que estrena Hernández amparado en las alas de sus nuevos amigos. Con 22 años, de pronto, y en ausencia física y espiritual de Miguel Hernández, muere Ramón Sijé en Orihuela dejando en desesperación a aquel pastor de cabras, que tan amado se sentía por Sijé, del que tanta ayuda recibió. Miguel llena de espanto las heridas que nunca debían haberse abierto de aquel modo, se figura al amigo doblar las esquinas de la pasión por estar juntos, por saberse indispensables, por necesitarse… y echa la pluma a volar por los caminillos de la memoria y el deseo:

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

De entre las muchas cosas que habían de hablar Miguel y Ramón, estaría el dolor de haberse separado por una ideología más pequeña que su amistad, por un modo de pensar que, como todos, tiene su tiempo y su ceniza.

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