Miguel Hernández. Noticias dolorosas

14 de julio de 2024
2 minutos de lectura
Los amigos / vozeducativa

Capítulo Tercero: DOLOR DE AMIGOS

Antes de los veinte años, Miguel Hernández se hace estrechamente amigo de Ramón Sijé, un abogado culto y católico que perfila con profundo afecto y categoría intelectual lo que el cura Almarcha había iniciado en su formación. Miguel siente el catolicismo como una pasión estética que le han entregado sus amigos, un ascua encendida que tiene que devolver después de por ella sentirse iluminado. Orihuela, Almarcha, Ramón Sijé (José Marín Gutiérrez), sus gentes, los amigos, orientan su vida desde una fe que es, en apariencia, una costumbre marchita a la que Miguel quiere devolverle toda la sangre.

Estudia, se forma y no se conforma con una religión que no pueda trasladar las injusticias al campo del amor, del que Miguel no quiere despegarse ni quiere que nadie se despegue.

Estos primeros años católicos de juventud en Miguel Hernández son de pasión y de influencia: él es hijo por dentro de gavilanes en vuelo y, receptivo como un niño que empieza, es hijo de lo que le dan aquellos a quienes quiere. De ese tiempo es este poema y otros muchos sin que falte el auto sacramental que dedica a María Santísima en la fiesta de la Asunción.

¡Tú!, que eras ya subida soberana,
de subir acabaste. Ave sin pío
nacida para el vuelo y luz, ya río,
ya nube, ya palmera, ya campana.
La pureza del lirio sintió frío;
y aquel preliminar de la mañana
aire ¡tan encelado! en tu ventana,
Sin tu aliento ni olor quedó vacío.
¡Todo! te echa de menos: ¿qué azucena
no ve su soledad sin tu compañía,
ve su comparación sin Ti en el huerto…?
Quedó la nieve sin candor, con pena,
musitándole el perfil a la montaña:
Subiste más y viste el cielo abierto.

Después de haberle premiado un Canto a Valencia, Miguel Hernández siente la necesidad de conocer Madrid y sus influencias, su villa y sus villanías literarias, su otro mundo reseco del cuero de Castilla. Sus amigos de siempre juntan unas pesetas para que Miguel pueda pagar alguna ronda de vinos en las tertulias que se le ofrecen… Sin embargo, este primer viaje a Madrid le sirve a Miguel únicamente para escuchar los sucesivos homenajes que dedican a Góngora sus hijos de esta época y, de cuyos encuentros, va a nacer lo que ha de llamarse Generación del 27.

Agrupados están, como niños que juegan a ver quién llega más lejos con la vara de sus palabras, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Cernuda, Rafael Alberti, María Teresa León, Gerardo Diego… De todos ellos se lleva Miguel Hernández un resplandor de asfalto en sus discursos, un rodaje de vanidades que él, chico de pueblo, “con cara de patata recién salida de la tierra”, no ha aprendido a encajar en la geometría de sus estilos: “Me llamo barro aunque Miguel me llame / barro es mi profesión y mi destino / que mancha con su lengua cuanto lame”.

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