Memoria en los espejos

26 de enero de 2025
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'La joven de la perla'.

Si tuviesen memoria los espejos pasaríamos los dedos, como hoy se buscan las fotos en el teléfono, y ellos nos traerían a los ojos lo que nunca pudimos ver y nunca ya veremos: una luz de pronto que pasara, el perfil de una muchacha que atusara con la mano su cabello caído o el secreto azul de algún encuentro furtivo.

Pero los espejos no nos devuelven lo que sólo ellos vieron. Son invisibles las miradas del tiempo y por eso tenemos que inventar lo que, sin haberlo visto, sabemos que ha existido.

Ya hace años que Rafael Guillén me sedujo con uno de sus poemas: “Yo creo en la otra mitad de lo visible”, que es precisamente la fe trabajadora; la que, sin notarse, nos brinda un empujón en las tareas; la que pone señales de paz en los caminos y nos echa a volar cuando aún no hemos aprendido a soportar los vientos fríos.

Sujetamos las cosas, pero se no escapa lo invisible de ellas. No hay tacto para aquello que no ven nuestros ojos de carne; aunque no lo podamos demostrar un duende, sin embargo, transita por la sangre más profunda dando claridad y cauce a lo escondido.

Es cierto que le fe no puede verse, pero se expresa, es un caballo sin brida que nadie domestica, un aluvión de raíces que sostienen el tronco del árbol que se ve.

Cuando voy a los museos, invento en los cuadros la importancia de lo que no se ve, aunque sea eso precisamente lo que respalda la pintura. Todos conocéis de Vermeer “La joven de la perla”: una hermosura de ojos que parecen mirar con intención a alguien, una perla destaca en el lóbulo de su oreja. Al contemplar la maravilla, casi todos se fijan en la sugerente mirada o en las finísimas pestañas, yo me fui derechamente a la perla descubriendo que le faltaba el gancho para sujetarla. Nada la sujetaba al lóbulo. Está la perla misteriosamente al aire.

Para que lo importante tuviese su importancia, faltaba lo invisible, el engarce que debiera estar y que Vermeer no consideró necesario dibujarlo.

Debemos ser en el cuadro de la vida el hijo que no se ve y del cual no puede haber memoria en los espejos. Nadie debe destacar su propia importancia: Dios se ha hecho pequeño para enseñarnos.

El Duende

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