Cada noche, cuando el último resplandor del ocaso se esconde entre las sombras, el farero prende su faro, lo ajusta, se asegura de que todo funciona bien y prepara café y chocolate caliente. Es la señal. Las tazas humean, los ojos brillan… todos esperan en absoluto silencio. Entonces, el farero comienza a contar sus cuentos marinos, cuentos de criaturas que ha visto en las largas noches de vigilia, historias de bailes de medusas a la luz del faro, de vuelo de peces mariposa en el horizonte … y de sirenas.
—Las sirenas siempre son hermosas en los cuentos, pero en realidad, las hay de todas clases. Las hay grandes y chiquitas, las hay peludas y pelonas, con cola larga y de movimientos elegantes o con colita menuda e inquieta. Las hay guapas y feas, de ojos grandes o achinados; con nariz respingona o con forma de martillo… Y también hay sirenos. Sin embargo, todos los cuentistas hacen hermosas leyendas sobre sirenas bellas y esbeltas, de largos cabellos ondulantes y colas irisadas que embrujan a los marinos para hacerles naufragar. Probablemente nunca han visto una. Hay que mirar atentamente el mar durante horas y días y meses, con tormenta o con aguas calmadas. Hay que escrutar el agua hasta que se dejan ver.
—¿Tú has visto alguna?
—Sí… He visto una.
—¿Y cómo es?
—Es extraña, fugaz… como los sueños. Está completamente calva y sus ojos son claros como dos enormes trozos de hielo. Tiene la piel celeste y los labios de un azul tan brillante, que duele al mirarlos. Siempre nada sola y baila danzas de agua en la estela que deja la luna sobre el mar. Y canta… canta como todas las sirenas. Tiene voz de ola, de arena cálida, de rayo de sol sobre las espumas y hace con su música y su risa que las noches no sean tan tristes y solitarias. Me trae caracolas del fondo del mar, viejos doblones de barcos hundidos, floretes de bravos piratas… y me lo deja todo en las rocas, donde se recuesta a escuchar mis cuentos. Fijaos… anoche me trajo una perla y un trozo de coral y una estrella muy tímida y una flor.
—¿Y cómo se llama esa sirena?
El farero sonríe mirando el horizonte iluminado por el haz del faro.
–Marea… se llama Marea. Fuera, al pie del faro, Marea escucha… le gustaría subir… estar más cerca, pero la luna la llama y no puede detenerse. Deja en las rocas una pequeña piedra de ámbar y una vieja vasija sellada y un pañuelo… y se va brincando entre las olas.