Mamerto Menapace, el abad del cuento y la sonrisa

15 de junio de 2025
2 minutos de lectura
Mamerto Menapace.

A sus ochenta y tres años, de buen ver y mejor sentir, nos ha dejado Mamerto, el abad benedictino de incalculables horizontes. Dios estará embobado con sus cuentos

“Sábete, hermano Sancho, que ningún hombre es más que otro si no hace más que otro”… Mamerto Menapace hizo mucho más que muchos hombres juntos: añadir transparencia al misterio de la fe y pasear a Dios por los campos y las almas con su palabra serena y encendida.

Coincidí con él en El Carmelo de Nueve de Julio y, desde entonces, me pidió que cuando fuera por allí le llamase para insistir en la conversación que tuvimos sobre árboles, espigas, crecimientos; sobre la magia sencilla de sus cuentos y esa potestad de ver en la hojas y en los frutos la suavidad o la furia que tuvieron al sembrarlos. Era entonces abad del monasterio benedictino de Santa María de los Toldos, pero le reclamaban de todos sitios para que, al escucharlo, fuese menos dolorosa la pobreza de no saber y de no tener, tan extendida en las chacras norteñas de la Argentina.

Me contó esa mañana lo que ya sabía por sus audios pero que fue tan diferente escucharlo de sus labios, con la sangre de la primera vez enredada en la salivilla de su sentimiento:

-Mis padres ya tenían tres hijos cuando una enfermedad irreversible atacó al cabeza de familia que se estaba muriendo a chorros en la cama de un hospital. A mi madre, que estaba cuidando a mis hermanos, la llamaron para que fuera a despedirse porque no había remedio… El cura bueno que nos conocía ayudó a mi madre a soportar con esperanzas el delirio de no verlo, pero antes pidió con ella un milagro: “Este pañuelo que llevo siempre conmigo perteneció al beato franciscano fray Mamerto Esquiú, pónselo entre sus manos y que sea lo que Dios quiera”… Día tras día mi padre fue mejorando hasta el extremo que tuvieron cuatro hijos más, entre ellos yo, a quien mis padres, agradecidos, pusieron su nombre… siempre llevo una estampa del santo sobre el pecho.

Inevitablemente al abad Mamerto se le saltaron las lágrimas al recordarlo y quiso cambiar de tema al quejarse suavemente sobre la tala de los árboles que él tanto conocía por ser compañeros y testigos de su camino: “Los matan y no pueden protestar, tampoco encuentran a nadie que los defienda”… A un libro de poemas que yo estaba terminando lo titulé “Derechos de sombra”, al pensar, después de hablar dos horas largas con Mamerto, que uno de esos árboles podían haber reclamado el derecho que tenían de dar sombra al paso difícil de los caminantes.

Mamerto Menapace

Leer sus libros es regresar a lo festivo de Dios. Tiene Mamerto Menapace la habilidad de contar cuentos como si hubieran sido verdad y hasta puede que verdad hayan sido. Y hacerlo con gracia, improvisando la pastoral de la sonrisa.

Con el doble reír desde su barba crecida solía corresponder a quienes le preguntaban la edad:

-Los monjes tenemos tres edades: La juventud, la madurez y la de… qué bien se le ve.

A sus ochenta y tres años, de buen ver y mejor sentir, nos ha dejado Mamerto, el abad benedictino de incalculables horizontes. Dios estará embobado con sus cuentos.

Concluyo con una gratificación mayor: En la misa de su despedida pude reconocer, después de tantos años, la voz y las maneras de monseñor Ariel Torrado, obispo titular de Nueve de Julio. Recobrar su amistad y su cariño, quebrar la cápsula del tiempo, ha sido un regalo de fray Mamerto, una sorpresa escondida para que el obispo y yo renovásemos el contagio de las bondades.

Pedro Villarejo

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