Dicen que fue Hesíodo el primer poeta que explicó, a su manera, el origen del mundo. Cada uno es dueño de buscar sus propios argumentos, desatar los nudos de lo difícilmente aprendido o concluir con Einstein en su famosa teoría de la relatividad… Yo prefiero la contemplación, por ejemplo, del mar como camino que lleva no se sabe dónde, y suspirar con Isaías la pregunta que no tiene respuesta: “¿Quién midió a puñados el mar, o mensuró a palmos los cielos, o a cuartillos el polvo de la tierra? ¿Quién pesó en balanza los montes, y en báscula las colinas?”
Compartí mesa esta semana con un marinero de los que vuelven al amanecer, a veces con la barca llena; otras, con el desencanto que dejan todas la ausencias. Se pasan horas mirando el paisaje del agua que, como escribió Borges, “nunca es el mismo”, porque el oleaje viene con una lengua de plata distinta cada vez que se acerca.
Almorzamos pescado a la sal recién traído a la par que me dijo:
-Sin haber ido apenas a la escuela, cada vez que regreso del agua noto una sabiduría que sólo se aprende mirando, en el vaivén la barca, el baile de las estrellas.
Pedro Villarejo