Antes de que anocheciera, los niños de Fontiveros se alejaban un poco de las casas, hasta las aguas del Zapardiel, para medir con sus varillas de mimbre las distancias que eran capaces de alcanzar con la fuerza de sus brazos pequeños.
En algunas zonas del río las ciénagas y fangos se multiplicaban, pero los niños no estaban acostumbrados todavía a reconocer las desgracias y uno de ellos fue a recoger su varita, que había caído en sitio de barros peligrosos, sin darse cuenta de que se hundía más cuando más procuraba salir. El niño se llamaba Juan de Yepes. Tenía poca fuerza porque apenas si se alimentaba.
Como fue de escasas palabras para contar lo suyo, ya de mayor, reconocido como fray Juan de la Cruz, aseguró que en aquel ahogo del Zapardiel era su cuerpo el que se hundía, pero vio cómo una Señora muy hermosa le alargaba su mano que él se resistía a dar por no ensuciársela… Morir antes de que nadie se manchara por su culpa: ese fue su estilo de santo y de poeta.
… Un campesino que pasaba por allí lo rescató con su azada.
Pedro Villarejo