Hoy: 23 de noviembre de 2024
A Patricio Larrosa Martos, sacerdote de 63 años nacido en Huéneja, no le gusta que se hable de ‘milagros’, solo de trabajo y de la generosidad de miles de personas con un proyecto de colaboración en Honduras, que en realidad son muchos proyectos, desde que llegase al país por primera vez hace casi 30 años.
En la actualidad la organización no gubernamental que tutela, la Asociación Colaboración y Esfuerzo, es la mejor demostración de que las personas pueden y deben hacer cosas por los demás, no importa dónde y no importa a quién.
Todo empezó en su pueblo natal, en el que la gente trabaja en el campo y él ayudaba a sus padre en las tareas agrícolas. «Mis padres eran labradores y yo desde que era un mocoso ayudaba en la siega, la trilla o la recogida de almendras y aceitunas. Siempre me gustó la tierra».
Como él, la mayoría de los niños de su tiempo compartían quehaceres con los padres en la tierra. Además, había poca diversión cuando no estabas en el colegio. Un día visitó la parroquia de Huéneja un misionero para dar una charla, a la que acudió. «Yo era un niño y no tendría más de nueve o diez años. Entonces no había televisión, ni teníamos consolas, así que, como yo, fuimos un grupo de jóvenes para entretenernos.
El religioso les habló de las necesidades y el hambre que pasaba mucha gente en el mundo, y les contó que él decidió dar un paso al frente y su experiencia personal.
A Patricio se le quedó grabada la idea de que se podía ayudar y que ser un buen cristiano supone ofrecer lo mejor de cada uno a los demás. Desde ese momento supo a qué se dedicaría en la vida.
Cuando tenía 11 años ingresó en el seminario y se ordenó sacerdote. Sus primeros años los pasó por las parroquias de pueblos granadinos como Alamedilla, Dehesas, Villanueva de las Torres… hasta que un día pidió cita al obispo de la diócesis y le transmitió su deseo de viajar a Hispanoamérica para ayudar. Eligió Honduras porque junto con Haití eran los países más pobres y donde menos curas católicos había.
Emprende viaje con 32 años cuando España se abría a la modernidad con la Expo y los Juegos Olímpicos. Cuando llega se encuentra con la cara más desoladora de una tierra en la que está casi todo por hacer y donde miles de personas, sobre todo los jóvenes, clamaban por una oportunidad, con gente que está dispuesta a luchar si alguien les ayuda.
Recordó entonces las palabras de aquel misionero en su pueblo. Se topó de golpe con la realidad de los que no tienen nada, a veces ni siquiera esperanza. Su intención era quedarse una temporada hasta que un día se le acercaron varios niños que le pidieron ayuda para estudiar.
Cuando los niños se acercaban a los extranjeros era para pedir alguna moneda, algo de comer o simplemente se dedicaban a jugar al fútbol en plazas polvorientas. Por eso le conmovió y decidió llamar a unos amigos de España para que le buscasen fondos para becarlos.
Lo hicieron, en ese momento y de esa forma nacía lo que en adelante se convertiría poco a poco en una enorme organización solidaria que iba a conquistar a miles de colaboradores y voluntarios para que los niños y sus familias tuviesen una oportunidad. Desde ese momento el cura de Huéneja sería el padre Patricio.
«En el mundo no están las cosas como dicen las noticias, están mucho peor. La gente debería saber que además de las secciones de Local y Nacional esta Internacional, aunque ahí no aparece el verdadero sufrimiento de millones de personas. Se habla de Bruselas, de Estados Unidos, pero poco de la miseria”.
Y agrega: “Durante la pandemia me quedé más tiempo en España y compruebo que aquí se habla de los catalanes, de si se le pone la vacuna a los jugadores de la selección o de los problemas familiares de Isabel Pantoja, de Supervivientes o de si se llevan el bote de Pasapalabra. En un mes no he leído ni una noticia de África o de los países latinos».
El sacerdote se lamenta de que estemos tan lejos de la realidad de tanta gente, de lo que de verdad pasa en el mundo porque hay gente que muere de hambre, jóvenes que no tienen posibilidad de estudiar, familias que no saben si podrán dar de comer a sus hijos…
El padre Patricio asegura que todos podríamos vivir un poco mejor si decidimos ayudar a cambiar esa cara amarga de la sociedad. «No se nos permite ser conscientes de la pobreza. Estamos dirigidos a consumir, a competir, y si nos educan así es difícil que nos paremos un segundo a pensar que siete de cada diez personas tiene problemas».
Él se siente bendecido por el tremendo movimiento solidario que se generó desde que pidió ayuda por primera vez, apoyo que encontró en España y en la propia Honduras, donde muchos de los jóvenes y familias a las que ayudan lo hacen además con otros, formando una red que cuenta con más de mil voluntarios, la mayoría en España a través de los 26 delegaciones de la ONG en muchas de las ciudades más importantes de España, como Madrid, Barcelona, Málaga,Sevilla, Granada o incluso de Europa, como París. Todos entregan lo más valioso que tienen: el tiempo y corazón.
La labor de este entramado se traduce en más de cincuenta proyectos diferentes que atienden la formación escolar de 11.000 niños, 1.200 de ellos menores de seis años, a los que se facilita material escolar, profesores y ropa en centros docentes creados por la organización en numerosas localidades, aldeas y sobre todo en Tegucigalpa.
En algunos de los colegios, que cuentan con pistas deportivas, se han habilitado pequeñas clínicas sanitarias, sobre todo dentales. «Hay muchos niños, sobre todo con discapacidad, que no irían al colegio si no estuviésemos nosotros. El problema es que no podemos atenderlos a todos, por eso nos ocupamos de las familias más pobres. Aquí el drama es que lleguen las vacaciones o un puente largo porque los muchachos están deseando llegar al colegio. Las vallas se saltan hacía adentro».
Desde que en 1994 salió desde Huéneja el primer contenedor repleto de pizarras, libros, mobiliario de escuela o ropa de vestir, la organización del padre Patricio ha llevado a Honduras más de 300. Esto y los donativos de particulares que llegan desde España permite que cubran necesidades básicas de familias y ancianos en situación de marginalidad, entre las las 6.000 comidas que se ofrecen en los 32 comedores habilitados.
Cada mañana el padre Patricio se levanta a las cinco de la mañana y empieza una jornada en la que habrá tareas de formación, visita a los centros para ayudar y coordinar los grupos de apoyo. Como él a esa hora empiezan a llegar los voluntarios y cobran vida uno, dos y decenas de milagros diarios que cambian vidas para siempre.
El cura granadino solo quiere que todos tengan una oportunidad, porque todos la merecen, y anima a colaborar si quiere directamente como lo hacen los 300 voluntarios españoles que suelen ir cada año para participar en esta gran obra. Otros, como los misioneros granadinos Concepción Vega Pérez y Javier Quesada, de Dehesas Viejas y Baza, respectivamente, decidieron quedarse allí y son pilares en el equipo del padre Patricio en apoyo de las comunidades de las zonas rurales e indígenas organizando y promocionado a las personas. «Ellos han donado todo su tiempo y han entregado sus vidas a los más necesitados».
El padre Patricio reconoce que su momento más emocionante, que de alguna forma simboliza lo que ha querido hacer todos estos años, ha sido el de un niño ciego de ocho años, al que no le dejaban ir a la escuela por su discapacidad.
Cuando conoció el caso lo llevó con él y hoy está en la Universidad Complutense de Madrid acabando sus estudios. Para llegar ahí tuvo la ayuda de una familia granadina que le envió 113 libros en braille de su hijo, también invidente. Eso y su enorme fortaleza.
El sacerdote se siente orgulloso de que 70 de sus muchachos hayan acabado en la Universidad, que otros formen parte de las instituciones como líderes políticos y que cientos de ellos se hayan convertido en profesionales que han creado sus familias.
El éxito está en parte en el seguimiento que se hace de los estudiantes que demuestran su voluntad por crecer. Para ello se han creado dieciséis casas en las que conviven 250 jóvenes que tienen sus familias en aldeas y caseríos alejados y no podrían asistir a la escuela.
«Mi deseo es evitar que los niños acaben en las calles como delincuentes traficando con drogas. Lo que más dolor me ha causado desde que llegué a Honduras es tener que a ir a identificar a un joven muerto por pandilleros. El asesinato de jóvenes es terrible. Por eso todo lo que hagamos aquí es mucho si conseguimos que los niños se hagan personas de provecho para su país», concluye.