A principios del siglo pasado ya profetizaba Chesterton que pronto las familias tendrían más perros que hijos. Como en tantas cosas, el escritor no se equivocaba y hoy los perros son paseados por sus dueños en carros de bebé o los visten con ropas de diseño, como si fuesen a hacer la primera comunión.
Las causas de esta carencia tiene cada una su porcentaje en la situación económica, en la escasa ayuda a las familias numerosas y en los egoísmos o comodidades de los actuales jóvenes esposos. De cualquier manera es una lástima este engendrar a cuentagotas y permitir que se queden los hijos solos, sin referencia de hermanos, entre las paredes de su casa llenas, eso sí, de aparatos electrodomésticos.
Ayer mismo hablaba con un matrimonio en edad de merecer que besaban con ternura a un dálmata pequeñito: “Es que los perros dan más satisfacciones que los hijos”… Y me quedé temblando sobre la hoja del tiempo sin saber muy bien qué parte de culpa tengo yo para que alguien muy cercano prefiera un animal a un hijo. ¿Qué estructura familiar y sólida puede construirse con personas que piensan de este modo? ¿O seré yo, a mis años, el equivocado?