Desde que Francisco I, rey de Francia, fue hecho prisionero por Carlos V, tras la batalla de Pavía, los vecinos galos nos tienen ojerizas. Y eso que aquel encarcelamiento fue más bien unas vacaciones para el monarca porque en Guadalajara, y en otros muchos sitios, se alzaron festejos en honor del rey detenido. No obstante, aquella humillación no la perdonan y, sucesivamente, nos han ido despreciando todos los presidentes de Francia, el que más, Valéry Giscard d´ Estaing, de rostro afilado, como una berenjena solitaria. Ahora Macron nos abraza cuando nos ve por los pasillos de Bruselas, pero su ministra encargada de los tomates acaba de señalar a los nuestros como de mala calidad. Paladee usted sus tomates, señora ministra, y comprobará cómo los nuestros tienen sabores hedonistas.
En Marruecos reina un rey que se besa con el nuestro pero, en cada visita, aprovecha para meterle la vara en el ojo y reclamar, con sobornos, lo que no les pertenece. Están acostumbrados, debajo de la chilaba, a tener las voluntades sueltas. Y ya sabemos lo que pasa cuando no se sujetan las intimidades.
A los portugueses, sin embargo, podemos dejarles la llave de la casa al salir de vacaciones, porque siempre están dispuestos a regar los geranios en la ausencia y, como buenos vecinos, a compartir los afectos.