A finales de enero de este año, la Ministra de Defensa, Margarita Robles, dijo, en unas declaraciones profusamente reproducidas, que había sentido “bochorno” cuando vio las imágenes filtradas del interrogatorio del juez Adolfo Carretero a la actriz Elisa Mouliaá, la denunciante del caso Íñigo Errejón por presunta agresión sexual.
Añadió Robles que no vio respeto ni empatía hacia Mouliaá en la actitud del togado y que, refirió, “sentí bochorno porque una de las cosas que cualquier juez sabe es que hay que tratar con respeto a los ciudadanos”.
Es posible pensar que la forma de interrogar del magistrado Carretero no fue la adecuada desde una perspectiva formal, aunque cada juez tiene su forma innata de expresarse y, según leí en este periódico, precisamente el mismo ayudó a desentrañar lo sucedido y evitó el archivo de las actuaciones.
Por las imágenes y sonido que los ciudadanos vimos y oímos se trata, en nuestra opinión, de un juez que por su forma imperativa, rápida y nerviosa de preguntar, sus interrupciones a la declarante (también, por cierto, al señor Errejón, si se tiene la paciencia de visionar su declaración), su voz tonante y el autoritarismo que su actuación parece destilar se nos ofrece, a primera vista, como carente del necesario sosiego que la función instructora requiere.
Y que debe transmitir a quienes ante él comparecen para que cualquier persona que, en sede judicial penal, se vea en el siempre incómodo trance de prestar declaración acerca de hechos nunca agradables, disponga de la tranquilidad, la lucidez y el tiempo precisos para explicarse y rememorar lo acontecido con la mayor exactitud posible.
Cada juez, no obstante, tiene su forma de preguntar y en absoluto la del señor Carretero es merecedora de ninguna sanción. Habría, en ese caso, que expedientar a la mitad de los jueces.
Pero esta reflexión sobre el comportamiento del juez no es más que una opinión, que puede o no compartirse. La forma de interrogar de cada juez en orden a alcanzar la verdad de lo ocurrido es distinta, no hay un vademécum al respecto.
Y, sobre todo, cuando lo que investiga es un presunto delito contra la libertad sexual en base a una denuncia que describe hechos que no son agradables sino, de ser ciertos, repugnantes.
Pero de ahí a sentirse abochornada por Carretero, es decir, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, «desazonado o sofocado por algo que ofende, molesta o avergüenza (en concreto, por la forma de interrogar del juez Carretero), hay un gran trecho.
Aun así, una persona como la actual Ministra de Defensa y magistrada (ya no del Tribunal Supremo, categoría que perdió por acuerdo del Consejo General del Poder Judicial) que declara públicamente que «se siente abochornada» por la actuación de otro juez, no es un comportamiento adecuado.
Y lo hizo y se quedó tan ancha, sentando cátedra acerca del comportamiento en un acto jurisdiccional de quien ejerce el noble y difícil oficio de administrar justicia, del que ella ha desertado siempre que le ha sido posible para fungir como Subsecretaria del Ministerio de Justicia, Secretaria de Estado de Interior, como vocal del Consejo General del Poder Judicial y como diputada en el Congreso por Madrid y Ávila, y ahora ministra de Defensa.
Lo que sea, antes de pasarse la vida redactando sentencias, que es tarea agotadora, sin brillo mediático y poco agradecida. Para eso ella se afilió a la citada asociación progresista Juezas y Jueces para la Democracia (los no afiliados/as a esta asociación deben, por exclusión, ser jueces para la dictadura).
No es Margarita Robles persona que deba juzgar públicamente a los demás para reprocharles posibles comportamientos que sean susceptibles de ofender, molestar a la generalidad de los españoles, o a los jueces en concreto.
Los recuerdos que pueda conservar de su noble y abandonada profesión habrían, por pura deontología, de impedírselo. Y ciertas experiencias personales deberían, por mera prudencia y conveniencia, hacerla abstenerse de detectar, a ella que es persona de misa dominical, la paja en el ojo ajeno teniendo más de una viga en el propio.
La entonces magistrada Margarita Robles presidió la Sala de la Audiencia Provincial de Barcelona que por sentencia de 23 de septiembre de 1992 condenó al magrebí Ahmed Tommouhi por dos delitos de violación y dos faltas de lesiones a un total de 24 años años de prisión, sentencia firme y ejecutada.
Este fallo fue anulado en junio de 2023 por la Sala Penal del Tribunal Supremo, al estimar el recurso de revisión planteado por el señor Tommouhi, que se basaba en nuevos elementos de prueba: unos informes periciales sobre el semen encontrado en una prenda íntima de la mujer agredida, y que no se corresponde con los marcadores del recurrente.
Esos informes, y esto es lo grave y verdaderamente escandaloso, bochornoso e inadmisible, se realizaron en 1992 por la Policía Científica de Barcelona, pero que nunca llegaron a conocimiento del tribunal que presidía Margarita Robles.
Y ello pese a ser una prueba admitida que formaba parte del procedimiento, dado que los peritos no acudieron a declarar en la vista oral y la presidenta de la Sala, es decir, quien hoy se abochorna por el comportamiento procesal del juez Carretero, no suspendió el juicio para su citación.
La consecuencia de la omisión de Margarita Robles fue que Ahmed Tommouhi pasó quince años de su vida en prisión y que ha tardado más de treinta años en liberarse de las consecuencias y el estigma de esa injusta condena.
Una vida humana arruinada. Pues bien, Margarita Robles no ha pedido públicamente perdón por su fatídico error. No se le ha movido, que se sepa, un pelo ni un músculo por esa deficiente actuación procesal que ha sido puesta de manifiesto por la Sala Segunda del Tribunal Supremo.
Ni se ha sentido abochornada, o al menos, no lo ha manifestado públicamente, como sí ha hecho respecto al caso Errejón.
Tal vez cuando conoció la sentencia del Tribunal Supremo debió pensar que la Sala Penal del mismo (plagada de magistrados muy competentes, que no acuden con la alegría y locuacidad de ella a los medios y que no son, como ella, perejil de todas las salsas, y ni saben ni quieren estar en el centro de todas las conspiraciones y enjuagues), pertenecen a la fachosfera.
¿Cómo se le ocurre a la Sala de lo Penal entrar a conocer ahora, debió pensar la ministra, de algo que ocurrió hace un tercio de siglo y reconocer que un tribunal que ella presidía dictó, por su falta de cuidado y profesionalidad, una sentencia injusta que mantuvo a un vulgar magrebí quince años entre rejas?
Ella entonces ya estaba pensando en su salto a la política, que se produjo en 1993, y no tenía tiempo de ocuparse de minucias tales como una prueba
pericial que pudiera ser exculpatoria, pues por esas cuestiones se interesan y preocupan los jueces vulgares, los llamados “de trinchera”.
Esos que a ella, de piel tan fina, ahora la abochornan.
¿Cuándo se arbitrarán en España los medios y procedimientos para exigir responsabilidad a los jueces por hechos como estos?
No parece que tampoco se haya sentido abochornada Margarita Robles cuando la prensa ha expuesto su comportamiento para con la niña de nueve años de edad que, ni corta ni perezosa, y tal vez para llenar un periodo de vacío existencial entre cargo y cargo político, se trajo de un orfanato filipino.
Y que tres semanas después se quitó de encima (como esos indeseables que, después de Navidad, abandonan a sus mascotas, que han pedido que les regalen por Papá Noel o la fiesta de Reyes Magos, en una protectora de animales).
Se deshizo de ella y la entregó a los servicios sociales de la Comunidad de Madrid.
La justificación aducida por Margarita Robles para un comportamiento tan desnaturalizado es que la menor era “rebelde”.
¿Y qué esperaba la sensible, ilustre y culta magistrada y política y feminista profesional, que una niña criada en un siniestro orfanato de Oriente tuviera la educación y los modales de una milady educada en el seno de una aristocrática familia británica?
¿Qué familia española no ha tenido, y tiene, hijos rebeldes y más cuando son adoptados?
Pero los educan, los aman y al final suelen hacer de ellos, con esfuerzo y tesón, buenos hijos y ciudadanos además de seres humanos felices, y les brindan, con sacrificios, un futuro y unas oportunidades de realización personal.
Pero Margarita Robles justifica su antinatural comportamiento con la rebeldía de la niña y sigue adelante sin que esa fina piel que recubre sus graciosos mofletes se ruborice ni su espíritu se abochorne cuando le recuerdan este episodio, pues a ella solo la abochornan los otros.
Finalmente, el discurrir de Margarita Robles por la política ha estado plagado de episodios dignos de la más clásica picaresca nacional o, a veces, de la “cosa nostra” castiza. Dejando aparte su paso por el Ministerio del Interior, que algún día examinaremos con detalle, donde dejó un recuerdo imborrable, en especial en el ámbito de la lucha antiterrorista (que quedó casi desmantelada).
Y también lo del Consejo General del Poder Judicial. Este daría para escribir un libro, en especial en relación con el trato que se dio a aquella víctima de la ambición de esta maestra del enredo.ç Al ya difunto Carlos Dívar, cuyos últimos días Margarita Robles y otros compañeros de viaje de la izquierda y derecha judicial se encargaron de enlodar.
Su desempeño en el Ministerio de Defensa ha sido “de traca”.
En los siete años que funge como titular de esa importante cartera no solo ha sido incapaz de tramitar una sola ley en el Parlamento sino que en los últimos tiempos.
Y más en pleno auge de la polémica por si los gastos de seguridad y defensa deben elevarse al 2% o al 3% del PIB alcanza hoy a todos los partidos y a la ciudadanía (el eterno dilema europeo de “cañones o mantequilla”, que en España se debería reducir a “cañones o chiringuitos corruptos”.
Y en la supresión de estos nichos de colocación nepotista de amiguetes y amiguitas entrañables, compadres de partido, concubinas o esposas “licenciadas” o “catedráticas”, hermanitos y parientes varios, etc., lo que permitiría cubrir el aumento de gasto sin recurrir a subidas de impuestos o endeudamiento.
Ahora, la chillona voz de la Ministra de Defensa, tan presta a intervenir en cualquier barullo sin importancia ajeno a su Departamento, pontificando y señalando siempre a alguien como si sentenciara, no se oye.
Aparentemente carece de opinión, o no quiere exponerla, sobre una cuestión que va a marcar el futuro de Europa al menos durante la próxima década.
Sin embargo, en cualquier asunto menor y que no sea de su incumbencia, Margarita Robles se lanza a opinar como si fuera una experta. Y no se abochorna por las obviedades y simplezas que dice. Tampoco se abochorna por las verdaderas causas de los ceses que ha promovido en su Ministerio desde que aterrizó en él.
Nos limitaremos al del Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD) al que destituyó por vacunarse de la Covid-19 sin respetar un turno, pero al que inmediatamente concedió un destino opíparamente retribuido en Estados Unidos. Dicen que ella le dijo que se vacunase y que al montarse el lío ella lo mando a EE UU con un sueldazo para que no la delatara.
Las razones del reciente cese de una Subdirectora General de Publicaciones y Patrimonio Cultural del Ministerio de Defensa son igual de sórdidas.
Esta incauta señora cometió la imprudencia de poner negro sobre blanco el interés que le había trasladado Margarita Robles para que, saltándose el procedimiento reglado que todo el mundo debe seguir, se proporcionara al portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, la hoja de servicios de un abuelo suyo que en la guerra civil, lejos de ser un valeroso gudari, combatió en las filas del malvado de Franco.
Se trataba de un favor personal y había que saltarse las reglas. Margarita Robles practica aquella vieja regla de que “al amigo hasta el culo, al enemigo por el culo y al indiferente la legislación vigente”) con tal de satisfacer de inmediato el capricho del dirigente nacionalista.
Pero sin que nadie se enterase del favor (dicen las ordenanzas militares
que nadie tiene “nada que esperar del favor ni temer de la arbitrariedad”). Margarita Robles es una adalid del cumplimiento del Derecho, de la igualdad de los españoles y de la justicia.
Y la imprudente Subdirectora General (también llamada Margarita) dejó
al descubierto el chanchullo (el favor y la arbitrariedad). Y eso Margarita Robles no lo perdona.
No es que se abochorne, no, pero no consiente que ningún subordinado ponga al descubierto su rostro impunemente. Fue ella la que ordenó el favor. Y otra incauta subordinada, la delató.
La fulminó y se acabó. Es de esperar que a Aitor Esteban se le haya entregado finalmente una copia del expediente de su abuelito franquista y que el original no se haya hecho desaparecer y repose en el archivo. Porque una cosa es un chanchullo y otra hacer desaparecer documentación.
El rostro de Margarita Robles, inmune al bochorno, se pudo ver a finales de noviembre del pasado año. Sin que ella se percatara, fue filmada en la localidad valenciana de Paiporta, en la zona cero de la DANA, en el interior de uno de los garajes afectados por la riada, dirigiéndose, con gestos airados y voz autoritaria, a unos vecinos que le habían pedido que la UME y los militares desplegados despejaran de lodo sus aparcamientos.
Y para no cansar al lector (hay muchos más ejemplos), hay dos perlas que demuestran la forma de conducirse de Robles.
Hace casi cuatro años el coronel auditor Alfonso Barrada Ferreiros fue ascendido por ella al empleo de general auditor por el Consejo de Ministros a propuesta de Margarita Robles, saltándose a varios coroneles con más mérito y antigüedad, para estar, a continuación, varios años sin destino, o, lo que es peor, en un destino ficticio, “sin dar palo al agua”, según miembros del Cuerpo Jurídico de Defensa que no ocultan su escándalo e indignación.
Ese general es amigo de un magistrado de la Sala Militar del Supremo con el que Margarita Robles tiene desde hace años una gran amistad. Barrada está previsto que pase a la situación de reserva próximamente, y es uno de los peticionarios de las dos plazas de magistrado de la Sala Militar del Tribunal Supremo recientemente publicadas.
Y todo hace pensar, según fuentes jurídicas del Ministerio de Defensa, que Margarita Robles se está empleando “a fondo” con sus amigos del Consejo General del Poder Judicial para que junto con el general Antonio Pulido sea uno de los “agraciados”.
Formando, junto al magistrado Fernando Marín Castán un grupo de notoria influencia (son ocho los magistrados que integran la Sala), al ser todos conservadores, proceder del Cuerpo Jurídico de la Armada y deber su cargo a Margarita Robles, cuyas decisiones en materia disciplinaria habrán de controlar.
Una organización perfecta propia de dictaduras. La resolución la revisan los jueces amigos de quien la dicta. Y nadie se abochorna.
El magistrado de la Sala Militar amigo de Robles (coincidieron en la Audiencia de Barcelona, sí, donde Margarita Robles integró la Sala que en 1992 condenó al magrebí Tommouhi) se jubilará el próximo mes de mayo. Es un secreto a voces en el Ministerio de Defensa que Robles no va a dejarle a la intemperie.
Todo el mundo sabe en el Ministerio que dirige Margarita Robles situará a su amigo en un puesto de asesor, cerca de ella o en algún organismo aledaño. Con un gran sueldo.
En fin, que Margarita Robles debería guardar silencio y no criticar a sus antiguos compañeros ni a nadie, y menos decir que siente bochorno por su comportamiento, pues es ella la que lleva años abochornando a los demás.
Esta ministra es una descarada. Lo que se cuenta de la niña es increíble. ¿estamos en manos de políticos disparatados? Y el 1 es peor aún.
Margarita Robles ya no es juez porque se traga todas las ilegalidades de Sánchez. no debe volver a ser juez.
El artículo atufa a subjetivismo, pero es una crónica basada en datos reales. felicidades a la periodista Eva C. Cruz por el interesante artículo.
Muy bueno. Cuando quieras hablamos de Margarita Robles. Muy amiga de Pepe.
Esta mujer va de juez y no hace más que incumplir la Constitución con Pedro Sánchez
A mí no me gusta esta mujer, que es una trepa. Y no muy buena persona por lo que parece
El artículo no tiene desperdicio y es muy instructivo sobre esta ministra del Gobierno
Lo de la niña es infame. luego ella va dando doctrina sobre moralidad. Cinismo total.
Es duro el artículo, pero lo que cuenta nada se ha desmentido. Y es muy grave lo que se dice.
Una madre no se deshace de una hija porque sea rebelde. Estás del PSOE que dan moralina son unas hipócritas. bochorno es usted, señora Robles.
Y parecía tontita la ministra. Solo por abandonar a su hija debería estar fuera de la política. vaya madre!