La ministra Robles ve «bochornoso» el interrogatorio del juez Carretero y oculta que ella devolvió «por rebelde» a una niña que adoptó en Filipinas

29 de enero de 2025
6 minutos de lectura
La ministra Margarita Roble y el juez Adolfo Carretero. | EP

El cinismo de algunos miembros de la clase política es sonrojante. Se critica lo ajeno y se esconde lo propio. El juez Carretero siente que se ha desatado «una injusta cacería» contra él

Desde Íñigo Errejón, que pregonó urbi et orbi que no hay denuncias falsas pero que la de ahora de Elisa Mouliaá contra él sí lo es, pasando por Margarita Robles, Koldo, Ábalos y Cía, e incluso por el propio Pedro Sánchez, el ultraembustero, la escenografía política española es valleinclaniana.

Es una batahola irritante de personajes y clanes ideológicos que exhiben sus caras del revés. Esperpentos andantes que llenan sus estómagos de la cosa pública. Y ayunos en convicciones, sueltan la lengua contra el contrario y esconden sus miserias.

Gentes que necesitan espejos de otros para lanzarles sus dardos ideológicos evitando el efecto boomerang. Y que se cuidan de los reflejos cóncavos mientras machacan con relatos hechos a medida. Pero en ocasiones, el cálculo estrábico los traiciona. Y se les ve el plumero.

El instructor del caso Errejón, Adolfo Carretero, está muy enfadado, y dolido. Entiende que se ha desatado contra él «una injusta cacería ad hominem», aseguran jueces colegas que han hablado con él.

El sector más radical del feminismo ha hallado en Carretero -posiblemente uno de los jueces más cultos y preparados de la plaza de Castilla- su diana providencial.

Meterse con Errejón por haber abusado de Elisa Mouliaá era la peor reversa de heces para el clan feminista. Paradojas de un discurso tan excesivo como en declive.

Errejón era el núcleo del férreo círculo, uno de los nuestros, el que con más brío alzó la bandera del no es no mientras, por las noches, en las alcobas, se transfiguraba en el macho alfa de la maná. El que empuja a la chica a la cama y se le sube encima a calzón bajado…

Carita de niño bueno

Con esa carita de niño bueno/empollón casi nadie imaginaba a Errejón dándole una patada en el estómago una noche de copas a un enfermo de cáncer en Lavapiés.

Fue denunciado por ello. Un juez le absolvió. No había pruebas. Las cámaras del lugar no funcionaban ese día. Y fue la palabra de uno contra la de otro.

Y ahora España ha quedado conmocionada al trascender que el adalid del feminismo más pétreo había abusado, supuestamente, de una mujer, de Elisa Mouliaá.

A las feministas les rompió el discurso. Lo de Elisa Mouliaá era otra historia. Torcía el esquema. A quién defender, al líder o a ella. Un problemón. Y eso que todas sabían de las impulsivas andanzas sexuales del chico de Podemos y luego de Sumar.

El clan feminista no tenía una diana clara que agujerear, so pena de tener que pechar con la paradoja de la contradicción. Y mira por donde la providencia les ha puesto ahora en el periscopio al juez Adolfo Carretero.

Él no ha abusado de nadie, solo pretendía descubrir la verdad en un escenario donde todos dicen únicamente lo que les conviene, donde no hay testigos de alcoba y, sin embargo, la cárcel acecha.

Las redes sociales (las feministas son legión) se están cebando con Carretero. Casi no se habla de la actitud de Errejón, el líder caído, que se supone el malo de esta película. Ni tampoco de Mouliaá, cuya tardía denuncia descansa sobre finos hilos.

Posiblemente, Carretero, en medio de la tensión laboral de un interrogatorio supermediático, no estuvo afortunado en algún comentario, pero de ahí a convertirlo en un pim pam pum solo se explica desde la desesperación feminista de no saber hacia donde apuntar.

Es posible que muchísimas de las linchadoras/linchadores y linchaderes nunca hayan visto, hasta ahora, un interrogatorio judicial. Ni sepan siquiera cuál es la labor de un juez instructor.

Los jueces de instrucción, y más cuando se trata de asuntos delicados, como el que afecta a un personaje tan metamorfósico como Errejón, tienen la obligación de descubrir la verdad. Son los que meten a la gente en la cárcel. E investigan si existió o no el delito.

Preguntar sin remilgos, y cuantas veces sea necesario, para formarse una opinión jurídica certera de la que puede derivar, o no, la cárcel, es también su deber. Equivocarse es cárcel o impunidad.

Quien les escribe ha visto a cientos de jueces interrogar, sin cámaras. Hay de todo. Cada juez tiene su forma de preguntar. Su librillo.

Si trascendieran muchos de los interrogatorios que se hacen en la plaza de Castilla a diario en busca de la verdad, por este y otro tipo de delitos, muchas lenguas se apagarían. O el Consejo del Poder Judicial no daría abasto en denuncias.

Adolfo Carretero, posiblemente uno de los jueces más cultos de la plaza de Castilla, tiene su forma de preguntar. No hizo poses. Es así, señalan quienes le conocen.

Quizás a veces se mostró impulsivo en su propósito de ver si hay delito o no. Errar trae graves consecuencias para los afectados. Y en la alcoba de Errejón/Mouliaá hay muchas lagunas, ningún testigo directo y versiones opuestas.

La cárcel acechaba al ideólogo del «no hay denuncias falsas» y lo de Mouliaá, que tras el interrogatorio se fue de platos televisivos y una semana después invitó a Errejón a un concierto, está cogido con alfileres en términos jurídicos.

El lobby feminista se ha lanzado al toque de queda contra Carretero. Un solo pitido y han brotado 900 quejas ante el Consejo del Poder Judicial vía Internet. Si hubieran hecho falta 5.000, también se hubieran reunido en un santiamén. Actúan como una organización marcial.

Y era muy engorroso, y contraproducente, que el adalid del no es no y del no hay denuncias falsas cayese con tanto estrépito. Descartado Errejón, a Carretero lo han convertido en la diana perfecta.

Y todo por mencionar durante el interrogatorio términos como «tocar el culo, chupar las tetas, magreo, pene…» en lugar de otros más dulces.

Quizás no debió preguntar nada y basar su decisión en ensoñaciones sobre lo realmente acaecido en la alcoba errejoniana. En interrogatorios de este tipo los jueces de Madrid usan, si es preciso, palabras coloquiales, como ha hecho Carretero. Es lo habitual.

Nunca fue Errejón santo de mi devoción. Tampoco lo son las ultrafeministas. Pero si un juez tiene que emplear palabras de la calle para descubrir la verdad de una cama siempre opaca y decidir si envía a prisión a una persona, debe hacerlo.

La precisión de hechos es fundamental para una calificación jurídica correcta. No tiene igual intensidad punible besar un pecho que chuparlo.

Por otro lado, este interrogatorio no se concibió para su divulgación pública. Esa parte es secreta, aunque el juez está obligado a facilitar a los abogados y al fiscal las grabaciones para que aleguen sobre su contenido. Alguien lo filtró.

Y todo esto lo sabe, por ejemplo, la ex juez y ministra de Defensa Margarita Robles, que ha calificado públicamente de «bochornoso» el interrogatorio.

Hay bochornos ocultos. Algunos propios. Y yo, quien escribe estas líneas, que conozco a este juez, soy mujer y soy feminista, pero no ultra, le pregunto a la señora Robles:

¿Qué es más bochornoso, que un juez instructor evite los tapujos en un interrogatorio en el que tiene que decidir sobre la libertad de una persona, o viajar a Filipinas y adoptar en un orfanato a una niña de 9 años que se trajo usted a Madrid como hija y que 20 días después la devolvió a un hospicio porque era «rebelde»?

Nada, absolutamente nada han dicho las ultrafeministas, tampoco las light, de este abandono de una hija, que hoy debe estar cerca de la mayoría de edad y que posiblemente nunca llegue a saber que su madre fue durante varias semanas la actual ministra de Defensa.

¿Cuántas madres bregan con hijas rebeldes de las que por nada del mundo se desharían? Pero de esto no hablan ni Robles ni el feminismo.

Cinismos varios

Carretero le preguntó a Errejón si él había sostenido en alguna ocasión que no había denuncias falsas. Y dijo que sí, pero que en este su caso, la denuncia de Mouliaá contra él, sí era falsa. ¿Él es la excepción que confirma la regla?

Si realmente es inocente, Errejón está bebiendo de su propia medicina, la del paroxismo. Como el de Robles, Ábalos y Cía, y, como no, también, la del número 1, como definen a Pedro Sánchez los de la trama Koldo.

Es de suponer que el Poder Judicial, que también teme las andanadas feministas, y ellas lo saben, archivará los 900 mail/denuncias interpuestos a Carretero. O, de lo contrario, tendría que llevarse por delante a la mitad de los jueces de instrucción de Madrid, como mínimo. Y ninguno es machista, casi seguro.

«Preguntar para conocer la verdad no es una manifestación de machismo. Es una necesidad para evitar decisiones injustas», asegura un juez de Madrid, indignado con lo que está sucediendo. Y el Consejo, ni mu…

31 Comments Responder

  1. Ánimo señor carretero. menuda jungla de tipajas. Lo de Robles es para que la fustiguen por ser una madre impresentable. Que hace gobernandonos una mujer así

  2. Eso, que digan donde esta la niña? el artículo dice que la llevo a un orfanato español. Ni siquiera se molestó Robles de llevarla de nuevo a Filipinas… que habrá sido de la niña.

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