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Libertad sin ira

Una bandera de España. | Flickr

Fueron tiempos aquellos tan deliciosamente espontáneos, que la Transición pudo hacerse sin más escalofríos que la esperanza de una libertad lo más completa posible. Y, a tal cima hemos llegado en esa disciplina, tan grande y encomiable es ahora la libertad en España, que se desploma en arbitrariedades bien remuneradas: de este modo, los libres podrán decir o expresar lo que yo quiero que digan o expresen, a un precio razonable.

Con estos criterios están concebidos los pregones, películas, programas de radio o televisión que, “libremente” se manifiestan por la geografía del aire, dejando un olor domesticado en las pobres inteligencias que aún no están desarrolladas. Luego, surge el desencanto en los resultados de lo que se ha votado porque nos habían dicho que apenas era necesario leer la letra pequeña, adonde estaba, precisamente, la falacia enmascarada de la propuesta.

Como en España hay cada vez más ancianos y menos nacidos (tampoco dejan nacer a los nasciturus), debiéramos acomodarnos a la frase de Borges que distingue a los libres de los concertados: “A mis años, las novedades importan menos que la verdad”.

pedrouve

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