La leucemia es un cáncer que afecta directamente a la sangre y a la médula ósea, el tejido encargado de producir glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. Aunque muchas personas la perciben como algo lejano, cada año miles de casos son diagnosticados en todo el mundo, lo que muestra que no es una enfermedad infrecuente.
El problema central radica en que ciertas células, generalmente glóbulos blancos, comienzan a multiplicarse sin control y no alcanzan su madurez normal. Esto provoca que invadan la sangre y reduzcan la producción de células sanas, afectando el funcionamiento de órganos vitales y debilitando el sistema inmunitario.
Hay varios tipos de leucemia, que se diferencian por su rapidez de desarrollo (aguda o crónica) y por el tipo de célula involucrada (linfoide o mieloide). La leucemia linfoblástica aguda, por ejemplo, es la más común en niños, mientras que la mieloide crónica suele aparecer en adultos. Cada tipo tiene síntomas particulares, distintos tratamientos y pronósticos que pueden variar mucho de un caso a otro.
Las causas exactas aún no se conocen con certeza. Sin embargo, los especialistas han identificado factores que aumentan el riesgo, como la exposición a radiación, algunos químicos industriales, antecedentes familiares de la enfermedad y ciertos trastornos genéticos, entre ellos el síndrome de Down. Aun así, su aparición no siempre está asociada a estos factores.
El diagnóstico se confirma principalmente mediante análisis de sangre y, en muchos casos, biopsias de médula ósea que permiten identificar la presencia y tipo de células malignas. El tratamiento depende de la variedad de leucemia y del estado general del paciente, e incluye opciones como quimioterapia, inmunoterapia, terapias dirigidas, radioterapia y, en situaciones específicas, trasplante de médula ósea.
Reconocer los síntomas tempranos puede marcar la diferencia en el pronóstico. Algunos de los más frecuentes son cansancio constante, aparición fácil de moretones, sangrados en encías o nariz, fiebre sin causa aparente, sudoración nocturna intensa, infecciones persistentes, pérdida de peso, dolor óseo, inflamación de ganglios y dificultad para respirar con esfuerzos mínimos. Si estas señales persisten durante varias semanas, es fundamental acudir al médico y realizar estudios.