Cualquier periódico debe apostar por la cultura y el refinamiento, ya que eso es lo que permanece frente a las noticias: pañuelos sólos que el viento empuja. Fuentes Informadas se alegra de tantos comentarios como suscitan algunos de sus artículos, entre ellos el referido al sol y a los trigos sobre Miguel Hernández.
He estudiado profundamente la vida y los libros de tan insigne poeta. Sus tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida, sangran todavía en el desierto de las interpretaciones, no siempre ajustadas desde la mejor historia, sino más bien desde nuestra forma española de defender lo que apenas hemos aprendido. Afirmo, con rotundidad y respeto, desde la brevedad que requiere un artículo, otras heridas, visibles y contrastadas, que se derivan de aquellas en la corta existencia del poeta:
MH sí era comunista. Y, en todo, apasionado, apasionado… de ahí que nunca se le cortara la sangre en su brotar continuo.
En aquella España de tantas injusticias, no se podía ser más que franquista o comunista. En su torrente de sensibilidades, Miguel que, por pobre, había sufrido el desprecio de sus compañeros en el colegio oriolano de los jesuitas, el autoritarismo de su padre para que no estudiara, los vahos supremos del amor en su conciencia de joven y el escalofrío de la contradicción en cuanto alrededor veía, hicieron detener su alma grande en una ideología, a mi parecer, fluorescente y extraviada: “Juventud que no se atreve, ni es sangre ni es juventud”… la suya nunca tuvo la disciplina necesaria. Quizá por eso nos subyuga todavía la hermosura incomparable de sus versos.
“Le dejaron morir”
Yo no soy comunista. Ni lo fui ni lo seré, pero he respetado siempre las otras proposiciones del pensamiento ajeno que tienen su causa, su punta afilada y su parte de verdad en el difícil ejercicio de la convivencia.
A Miguel Hernández no le mataron, pero lo dejaron morir porque lucharon contra él las armas poderosas del odio, dejando atrás la otra inteligencia de los corazones prudentes… Discutir se puede, se debe, pero sin ofender, como he leído en algunas opiniones deducidas del sol y de los trigos en este periódico.
Según el corazón de quien las pronuncien, las palabras pueden ser veneno o paraíso. Y hemos sido convocados a reconocer la buena voluntad que siempre hay en la intención de los demás… Piensa bien, aunque no aciertes: es preferible. Como tantas veces exigió Miguel, pedimos para España la esperanza: “¡Dejadme la esperanza!”
Un extenso tratado sería necesario si deseáramos referir y analizar los apasionamientos de Miguel Hernández. Sólo un dato para regocijo de los que amamos al poeta quien, al escribir el primero y más gongorino de sus libros, Perito en lunas, envió un ejemplar a Federico García Lorca, esperando la benevolencia de su juicio. Como tardaba en llegar, Miguel insistió en una carta al de Granada:
-¿Verdad que soy el mejor poeta de España?
Lorca no tuvo más remedio que contestarle:
-Hombre, no es para tanto, no es para tanto.
Moraleja: nunca des a leer un poema tuyo a otro poeta porque… algo de vanidad y envidia persiste en el cultivado jardín de todos los que escribimos.