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Las horas clavadas

Anciana con un reloj en la muñeca. | Flickr

Con una dulce señora que vive todavía coincidí en un viaje programado de esos que, a la hora de la tertulia o el descanso, acuden intimidades y confidencias. Era culta, entretenida y preguntona. A cada rato me pedía la hora. Salíamos de un museo: ¿”Qué hora es”?… Y así los dos primeros días. Al tercero me atreví:

-¿Por qué no usa reloj?

-Cuando pequeña estuve ingresada meses en un hospital donde sólo escuchaba: a tal persona le quedan dos horas o, aquella otra, de las doce no pasa… Y pensé en las horas que se clavan en los relojes de la memoria.

-Sin embargo, es en el corazón donde se acaba el tiempo, no en la muñeca…, le dije. Y se compró un reloj de mercadillo que, al menos, le duró todo el viaje.

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