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Las cuentas claras

Dineros que por manos pasan, en los dedos encajan, dice el refrán que acabo de inventarme ahora mismo. La liria era una de las trampas en mi niñez para cazar pájaros: se untaban las ramas con el líquido viscoso y los zorzales, gorriones o verdejos ya no podían volar.

Eso les pasa a aquellos que se adhieren al tránsito económico, como si los billetes tuviesen en el papel el engrudo de las ambiciones. El caso es que también serán de corto vuelo, por miedo a que se les note en sus compras el ungüento.

Me contaba un fraile amigo, con evidente inocencia, las trampillas que hacía el administrador de un convento, por los años cincuenta, al escribir en el libro de contabilidad los gastos de cada mes: “de hilo y agujas, 3 pesetas; de sardinas, boquerones o similares, 8,50; de frutas y verduras, 6,35… Y de otras cosillas, treinta mil pesetas”. Lo bueno de este religioso es que le cuadraban las cuentas.

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