La voluntad popular es solo coartada

14 de mayo de 2025
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El expresidente Ernesto Zedillo y la titular del Ejecutivo Claudia Sheinbaum. | Fuente: FI
¿Quién merece ser llamado demócrata? La pregunta, aunque aparentemente simple, cobra una profundidad crítica cuando se confrontan acciones con impacto en la construcción democrática

JORGE CAMARGO

En los últimos días se ha generado un provechoso contraste público respecto de lo que ha ganado el pueblo de México y ha perdido, lo que ha sido bueno y lo que no. Qué es la democracia, para qué sirve, cómo se construye y cómo se desmantela. Espero que las personas sigan este debate y vean cómo las elecciones judiciales, por ejemplo, serán su contribución a la entrega de la defensa de sus derechos a quienes terminarán pasando sobre ellos, incluso los de las grandes compañías.

¿Quién merece ser llamado demócrata? La pregunta, aunque aparentemente simple, cobra una profundidad crítica cuando se confrontan acciones con impacto en la construcción democrática.

La reciente disputa entre el expresidente Ernesto Zedillo y la titular del Ejecutivo debería llevar a los mexicanos a la comprensión de lo que significa gobernar democráticamente.

Zedillo sostiene que su administración fortaleció al Poder Judicial y promovió la creación de órganos autónomos para garantizar certeza jurídica y equilibrio institucional. El morenato ha sostenido públicamente que el Poder Judicial debe alinearse con el proyecto de la Cuarta Transformación, y su partido desapareció organismos autónomos como el Inai, además de limitar la autonomía del INE al nombrar a una incondicional. La diferencia entre ambos modelos es abismal: a uno se le puede evaluar por los resultados: consolidar los contrapesos como garantía de derechos; el otro busca subordinar las instituciones a un mandato popular concentrado en el Ejecutivo, y ya se ven consecuencias: más violencia, más narcotráfico y menos inversiones extranjeras.

Esta tensión no es menor ni accidental. Lo que se pone en entredicho es la esencia misma de la democracia constitucional: un régimen que se define no sólo por el sufragio, sino por el diseño de frenos y equilibrios que limitan el poder y protegen los derechos. Cuando estos mecanismos son debilitados o capturados, el sistema se desplaza hacia formas híbridas, democracias iliberales o autoritarismos competitivos.

La erosión institucional en México sigue la ruta: al amparo del respaldo popular, se toma el control de los tribunales, los órganos electorales y los medios de comunicación.

La calidad de una democracia no depende sólo de elecciones, sino de la solidez de sus contrapesos institucionales. Francis Fukuyama, en Political Order and Political Decay, enfatiza la necesidad de un Estado fuerte, pero acotado por un Poder Judicial autónomo y mecanismos de control ciudadano. Yascha Mounk advierte en El pueblo contra la democracia sobre el populismo que erosiona instituciones en nombre del pueblo. Adam Przeworski también alerta que la democracia se vuelve inviable cuando se abandonan las reglas del juego.

Casos como Hungría, donde Viktor Orbán ha subordinado al Poder Judicial a su partido, o Turquía, donde Erdogan ha centralizado funciones en la presidencia, muestran cómo regímenes electos pueden desmantelar los fundamentos democráticos sin necesidad de recurrir a golpes de Estado o fraudes electorales. En esos contextos, la voluntad popular se convierte en coartada para eliminar la autonomía institucional.

El verdadero demócrata garantiza instituciones que permiten ejercer la soberanía con libertad y derechos. La democracia no es una emoción, sino un marco legal que limita el poder y asegura rendición de cuentas. En México está en juego más que una visión del poder: está en riesgo nuestra democracia.

Desaparecer los organismos que fiscalizan al Ejecutivo, colocar al Poder Judicial bajo control partidista y subordinar la transparencia a los dictados del poder representa una regresión autoritaria.

Democracia no es sólo mayorías: es, sobre todo, respeto a las reglas del juego. Demócrata no es quien llega al poder por imposición de un autócrata.

*Por su interés reproducimos este artículo de Jorge Camargo publicado en Excelsior.

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