Wiesenthal refrenda lo que todos con los años vamos aprendiendo: que si difícil es entrar en la vida, más difícil todavía es salir de ella. Complicado es acostumbrarse a que el final es la tapia de enfrente que has de superar con el mejor salto de tu vida, después de mucho entrenamiento.
La grandeza de un ser humano se constata en la sabiduría de haber sabido despedirse sin quejas, sin abandonos, aceptando las arrugas del tiempo sobre el alma. La fe en Jesucristo tiene mucho que ver con ese ir estrenando la vida conforma la vemos apagarse.
Muchos grandes, por cobardía o enfermedad, por soledad profunda o por el trastorno de una locura incierta, prefirieron quitarse la vida antes de que el final llegara a su debido tiempo.
César Pavesse se suicidó con somníferos en el hotel Roma de Turín, después de haber escrito: “Perdono a todo el mundo y pido perdón a todo el mundo, ¿de acuerdo? No cotilleéis mucho, por favor”.
Conocí al único hijo de Alfonsina Storni, que vivía enfrente de mi casa en Buenos Aires. Una vez al año aplicaba una misa por su eterno descanso, dolido siempre de que su madre decidiera decirle adiós al mundo arrojándose a las aguas frías de Mar del Plata. Nunca la tuve reconocida por lo sobresaliente de su lirismo. Alfonsina es más recordada por su muerte que por sus poemas.
Otro argentino que se llenó de alcohol y de cicuta en un hotel porteño fue Leopoldo Lugones. Borges, al entrar en las observaciones de su muerte, escribió que Lugones se había suicidado “por negarse a vivir apasionadamente”. Así otros como Paul Celan o Sergei Esenin… negados a vivir porque no sentían la vida.
Oportuno es ahora en Cuaresma recordar lo que Jesucristo nos ha enseñado: darle un sentido pleno a la existencia en todas las circunstancias. Ninguna vida es ociosa, por muy maltrecha que aparezca a ojos humanos. Ninguna del todo despreciable. Cuanto nos sucede tiene un por qué y una enseñanza. La importancia de las criaturas no está en su utilidad, sino en la vinculación misteriosa de Dios sobre ellas.
Para nuestras enfermedades de cada día es preciso seguir investigando a fin de que se sufra lo menos posible. Es necesario, también, seguir ahondando en el amor para que nadie se convierta en un objeto perdido sobre las camas de un hospital. La inigualable realidad de una persona no puede sustituirse por el capricho de una fingida dignidad.
Con la ley de la eutanasia aprobada, daríamos insensatamente la razón a Sartre cuando dijo que el hombre es una pasión inútil. Yo prefiero escuchar a Steffen Eychmüller, el más destacado científico en cuidados paliativos: “El mejor medicamento es tener a alguien cerca que nos brinde su mano”.
EL DUENDE
la única verdad q hay es q nadie gana nada estamos de paso todo es mentira.La verdad está en la fé el mando a su hijo a salvar mundo solo querer a los demás como a uno mismo es palabra de Dios
Gracias al duende por su buena literatura. Un placer leerlo.