FERNANDO OJEDA LLANES
Al fallecer el papa Francisco todo el mundo convulsionó, no importando credos y razas; varios días el mundo entero prestó intensa atención a quién iba a ser el siguiente sucesor de San Pedro. Toda esta situación nos hizo ser testigos de la realización del cónclave en el Vaticano donde fue elegido el papa León XIV.
En su discurso de presentación, León XIV habló de la unidad y la paz, como la parte más central de sus breves palabras. Deseo en este escrito hacer una profunda reflexión sobre estas palabras que son conceptos sumamente importantes en estas épocas actuales.
Se entiende por unidad, la armonía entre los seres humanos y su entorno es un valor profundamente arraigado tanto en las tradiciones religiosas como en los principios sociales.
En este mundo cada vez más fragmentado, la búsqueda de la unidad no es solo un ideal espiritual, sino una necesidad urgente para la convivencia, la paz y la justicia.
Desde el punto de vista religioso, la unidad se presenta como un reflejo del orden divino. En muchas religiones, Dios es fuente de unidad: creador de toda vida, principio de comunión entre los pueblos. En el catolicismo, es el cuerpo de Cristo como una comunidad unida en la fe, donde cada miembro es diferente pero igualmente necesario.
Esta visión trasciende credos, propone que tras nuestras diferencias hay una verdad que nos une, un origen compartido, una dignidad inquebrantable; la unidad, así, no es uniformidad, sino reconocimiento de la diversidad dentro de una fraternidad universal, aquí entran en juego los valores humanos: respeto, compasión, justicia, empatía, honestidad y amor al prójimo; estos valores son el vínculo que conecta las enseñanzas espirituales con la vida cotidiana, son la base ética que permite vivir en comunión con los demás y con Dios.
Los valores humanos en la vida social no son solo virtudes personales, sino herramientas colectivas para edificar un mundo más justo y solidario. La tolerancia permite convivir en la diferencia. La justicia garantiza los derechos de todos. La solidaridad impulsa la ayuda mutua. La empatía rompe barreras y acerca corazones. Luego entonces la paz es el fruto más noble de una unidad bien vivida, no como simple ausencia de conflicto, sino como una presencia activa de entendimiento, armonía y respeto.
En el ámbito social, la unidad es fundamento de la paz y del desarrollo. Sociedades divididas por el odio, la exclusión o la desigualdad se desmoronan desde dentro; la unidad social se construye mediante el respeto mutuo, la equidad, el diálogo y la cooperación; no se trata de negar las diferencias culturales, políticas o económicas, sino de encontrar caminos comunes en medio de ellas. La verdadera unidad se logra cuando cada persona puede ser escuchada y valorada, sin importar su origen, su lengua o su creencia.
En estos momentos, frente a desafíos globales como el cambio climático, las migraciones masivas, los conflictos armados o las crisis económicas y políticas, la unidad se vuelve más que un principio moral: es una necesidad para la supervivencia colectiva; ningún país, grupo o individuo puede aislarse y esperar resolver los grandes problemas de este siglo, la interdependencia que nos define exige una respuesta solidaria basada en valores compartidos.
Ante esto, como humanos no debemos aislarnos como entes o sociedades diferentes, unirnos no significa perder identidad, sino elevarla en el encuentro con el otro, significa tender puentes donde antes hubo murallas insalvables; en lo religioso, vivir el mandato del amor al prójimo; en lo social, construir estructuras justas que promuevan el bien común. Significa, ante todo, sembrar y defender la paz como herencia de toda la humanidad.
Podemos concluir que, la unidad es un acto de fe, de conciencia y de responsabilidad. Es el ver al otro como parte de uno mismo. Solo cuando seamos capaces de abrazar esa visión con sinceridad y vivir de acuerdo con los valores humanos, podremos transformar nuestras comunidades en espacios de esperanza, donde la humanidad, guiada por el espíritu y sostenida por la justicia, camine unida hacia la paz y su plenitud.
Lo contrario a lo antes expresado, nos ha llevado a la convulsión en el mundo, que como seres humanos nos hace sufrir y poco meditar. Es momento de darle realidad objetiva a nuestros valores humanos para hacer que el mundo tenga esa unidad y paz que el papa León XIV con certeza ha señalado.
*Por su interés reproducimos este artículo de Fernando Ojeda Llanes publicado en Diario de Yucatán.