Moguer derrama en la cal la blancura que encierran sus misterios. A la impoluta cancela de su casa se asoma todavía Juan Ramón Jiménez, Zenobia y el Platero suave con su púa de naranjo seco en la pezuña.
Miro la torre de la iglesia otra vez y recuerdo, entristecida, la voz del poeta: “La torre de mi pueblo, vista de cerca, se parece a la Giralda vista de lejos”.
Y es que las torres, como las personas, tienen la medida de nuestros ojos sobre ellas, el enfoque de luz que nunca debe oscurecerlas.