Una vez finalizadas sus “vacaciones oficiales” en el lujoso Palacio de Marivent en Palma de Mallorca, el Rey Felipe VI, la Reina consorte Letizia y sus hijas, la Princesa de Asturias Leonor y la Infanta Sofía, iniciaron el 9 de agosto lo que se ha dado en llamar, por la prensa cercana a la Zarzuela, sus “vacaciones privadas”, al parecer en Grecia.
Como ya informó este medio, esas vacaciones tienen poco de “privadas”, ya que se utilizan medios y fondos públicos para el traslado (aviones de la Fuerza Aérea), seguridad, servicio, etc., de la Familia, lo que supone que esta no se gaste nada en sufragarlas.
Pero prácticamente desde que los Dinastas y sus hijas abandonaron el territorio nacional con rumbo desconocido, España se ha visto asolada por los peores incendios forestales habidos en el último cuarto de siglo.
Las consecuencias han sido varios muertos, docenas de heridos, más de 400.000 hectáreas de montes y pastos calcinadas e irrecuperables durante decenios, pueblos, aldeas, viviendas, propiedades privadas, actividades agrícolas, ganaderas e industriales devastadas y arruinadas, decenas de miles de evacuados, familias arruinadas, ancianos aterrorizados, el medio ambiente y los ecosistemas perdidos y una ciudadanía que asiste estupefacta a la inacción del Gobierno de Pedro Sánchez y a la tardía reacción de este innombrable, que solo hasta hace unos días se ha dignado visitar alguna de las zonas afectadas, siempre alejado de las víctimas, que solo de lejos han podido manifestarle su repulsa y desprecio.
Pero más estupefacción e indignación está provocando entre la población española la actitud de la Familia Real. El Rey no regresó a España hasta el domingo pasado, interrumpiendo su estancia vacacional en el extranjero, utilizando un Falcon de la Fuerza Aérea y tras una breve reunión con la UME bajo la atenta y vigilante mirada de Margarita Robles, se trasladó en esa aeronave al Palacio de Marivent, desde donde, hasta ahora, no ha salido para visitar las zonas afectadas por los incendios que ya lo hayan sido por el Presidente del Gobierno.
Y esa estupefacción e indignación de los ciudadanos españoles se multiplican exponencialmente ante la actitud de la Reina consorte y sus hijas. Letizia, Leonor y Sofía continúan esas “vacaciones privadas”, al parecer en las aguas del Egeo, sin interesarse ni preocuparse, al menos externamente, por el sufrimiento de las familias de los fallecidos, de los heridos y de los millares de damnificados por este desastre humano, ecológico y económico de proporciones apocalípticas que ha vivido su país. y que afortunadamente parece que empieza a remitir.
La Dinasta y, sobre todo, Leonor, la heredera del trono, que es, además, militar (como miles de soldados, suboficiales y oficiales de la UME y otras unidades de las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil que luchan contra el fuego y atienden a la protección de los ciudadanos afectados), siguen disfrutando de lo que deben considerar un merecidísimo descanso tras sus desvelos durante todo el año por la nación que las mantiene y con cargo a cuyos presupuestos se abonan la mayor parte de los gastos que generan esas “vacaciones privadas”.
Desde luego la navegación por aguas del Egeo o el disfrute de las playas y calas de sus islas ha de resultar mucho más agradable que contemplar el desolado paisaje que ha dejado el paso de las llamas en una parte de España ya aquejada, antes de la catástrofe, por la despoblación, la incomunicación, el envejecimiento de los moradores que no han emigrado, la falta de oportunidades para los jóvenes y, ahora, en definitiva, la práctica desertificación.
Atender, aunque sea tan solo por unas horas, estos dramas no es algo que, dada su falta de presencia en el país de que una es Reina consorte y otra Princesa de Asturias, parece que interese a estas dos prominentes miembros de la Familia Real.
Letizia, cual típica funcionaria, no perdona disfrutar de sus “días libres”, pues aún no ha entendido que quien ocupa un puesto institucional como el de ella no tiene otro deber que el servicio continuado a la nación y al pueblo españoles durante todos y cada uno de los días en que ocupe su posición constitucional.
Y más aún Leonor, ya proclamada por las Cortes Generales Princesa de Asturias, que, por ello, en cualquier momento puede tener que asumir la máxima representación institucional de la nación y que, dada su edad y la formación castrense que está recibiendo, según se nos dice con gran entusiasmo y excelentes resultados, debería hacer honor al espíritu de sacrificio con que miles de militares y guardias civiles, además de bomberos, miembros de protección civil, brigadistas forestales y voluntarios, están luchando (muchos de ellos interrumpiendo sus vacaciones, estas sí, privadas) contra los incendios.
Debería haber aprendido e interiorizado la Princesa de Asturias el valor del compañerismo, tan caro a los militares y haberse reintegrado a territorio nacional junto a su padre, para estar en disposición de acudir a los lugares en que miles de españoles sufren y sus compañeros (de los que algún día será Mando supremo) procuran, sin regatear esfuerzos, paliar, en lo posible, ese sufrimiento.
No parece que Leonor, como su madre, haya tenido interés ni voluntad en acudir junto a quienes están atravesando una penosísima situación.
Y eso que se supone que tiene cualidades militares excepcionales, pues ya ostenta sobre su uniforme, en atención a “las circunstancias” que en ella concurren, las Grandes Cruces del Mérito Militar y Naval, que pocos militares alcanzan a recibir después de una dilatada carrera y de grandes servicios y con que ella ha sido agraciada por el solo hecho de “aguantar” dos cursos en la Academia Militar de Zaragoza y la Escuela Naval Militar de Marín (habiendo pasado, según fuentes de Defensa y la Armada, la mayor parte del tiempo de navegación en el buque-escuela “Juan Sebastián de Elcano” recluida en su camarote individual, dada su “alergia” a la navegación).
En definitiva, resulta un escándalo para el pueblo español, harto de la doblez de sus políticos, de un Presidente y de un Gobierno que chapotean en la corrupción familiar e institucional más abyecta, en la ineptitud absoluta y en la mentira como forma de actuación y de un sistema político que da muestras de ser la causa última de la ciénaga en que se ha convertido la política española, que la Familia Real, todavía última esperanza para algunos españoles de ejemplaridad, se comporte como, en especial la Reina Consorte y la Princesa de Asturias lo están haciendo, permaneciendo ajenas al sufrimiento de millares de ciudadanos y desentendiéndose de sus desgracias.