En contraposición al resto del planeta, tanto los españoles como muchos de los latinoamericanos poseemos dos apellidos, uno que usualmente heredamos de nuestro padre y otro de nuestra madre, según informa BBC News.
El colombiano, español o mexicano que ha residido en países donde solo hay un apellido, como Francia o Estados Unidos, sabe que esta singularidad del mundo hispanohablante puede transformarse en un desafío administrativo: apellidos que se pierden en el trayecto, que se mezclan por segundos nombres o que se vinculan con un guion, como si fuera compuesto.
Sin embargo, en España y en Latinoamérica, debido al legado español, existe una escasa variedad de apellidos, por lo que poseer dos nos distingue de los demás como Fernández, Martínez, Rodríguez, López y Sánchez.
El sistema de doble apellido valora la herencia materna de los individuos y ha sido útil para las administraciones mantener un control más preciso de las poblaciones y prevenir malentendidos, explica a BBC News el genealogista Antonio Alfaro de Prado, líder de la Asociación Hispagen, especializada en investigación genealógica.
Oficialmente, con la instauración de los primeros registros civiles en el siglo XIX. Sin embargo, la costumbre se remonta a siglos atrás. Proviene, según Alfaro, de la tradición castellano-aragonesa de que las mujeres conserven su apellido al casarse, en contraposición al resto de Europa.
Esto permite que, por siglos, todas las familias conozcan la existencia de un apellido paterno y uno materno en cada una.
Esto no implica que existiera un orden preestablecido o que los padres pasaran de uno a otro de forma sistemática. En realidad, en una familia similar podría ocurrir que el hijo más joven adoptara el apellido del padre y que los descendientes adoptaran el apellido de la madre, o el de algún abuelo o abuela.
Por ejemplo, la historia del Marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza y de la Vega (1398-1458), que contrajo matrimonio con Catalina Suárez de Figueroa y procrearon 10 hijos.
Cada uno seleccionó el que le resultó conveniente: Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa, Pedro Lasso de Mendoza, Íñigo López de Mendoza y Figueroa, Mencía de Mendoza y Figueroa, Lorenzo Suárez de Mendoza, Juan Hurtado de Mendoza y Figueroa, Pedro González de Mendoza, María de Mendoza, Leonor de la Vega y Mendoza y Pedro Hurtado de Mendoza.
Los apellidos se seleccionaban a lo largo de la vida, según recoge BBC News, en función del linaje más relevante para los nobles y, para el resto de la población, dependiendo de la profesión (zapatero, pastor, herrero), una característica personal o mote (moreno, bravo, lozano) o la procedencia (Andújar, Sevilla, Toledo).
Como aún ocurre hoy en numerosos núcleos de residentes en zonas y pueblos, donde a los niños se les reconoce por ser descendientes de sus padres o, principalmente, madres -«Juanito el de Mercedes o Sofía la de Paquita»-, el apellido de numerosas personas proviene de su origen paterno. Los millones de Martínez (hijo de Martín) o Rodríguez (hijo de Rodrigo) se encuentran dispersos a nivel global.
En la mayoría de las situaciones, el apellido no se seleccionaba, sino que se identificaba a una persona a través de él.
Si existían dos Pedros en un vecindario, tal vez uno de ellos fuera Pedro Rubio y el otro Pedro Moreno. Si Manuel se trasladó a Baeza desde Arjona en busca de empleo, podría ser conocido como Manuel de Arjona.
El nombre de pila era el único que se asignaba a los niños durante el bautizo.
“Cuando se cristianizaba al niño y se inscribía, se anotaba su nombre y se decía cuál era el nombre por el que se conocía a sus padres, pero nadie decía ni los apellidos del niño ni entraba a discutir por qué un padre se hacía llamar de una manera o de otra”, explica el genealogista. Por ejemplo: “Antonio, hijo de Francisco y Juana”.
No obstante, es después del Concilio de Trento, en el siglo XVI, cuando la Iglesia determina que desea mantener un registro de bautizados, matrimonios y fallecimientos.
Hasta la aparición de los registros civiles en el siglo XIX, estos registros parroquiales son los únicos documentos donde se registran los nacimientos y nombres de las personas, los cuales la Iglesia emplea para, entre otros aspectos, supervisar la vida de los individuos.
Estos registros resultaban muy beneficiosos, por ejemplo, para la Inquisición, que al investigar posibles infracciones a una persona acusada de herejía, buscaba a sus antecesores por los cuatro abuelos. Por ejemplo, se deriva de esto la frase «por los cuatro costados».
«En la mentalidad española estaba el concepto de que descendemos de todos, no solo de nuestro padre que nos da, quizás el apellido, o de nuestro abuelo paterno, sino que descendemos de todas nuestras ramas, porque la inquisición quería que no hubiera ‘impuros’ por ninguna de ellas», resalta Antonio Alfaro.
A los «impuros» se les conocía como «cristianos nuevos», o sea, los convertidos a la fe judía y los moriscos.
En realidad, la inquisición «muchas veces lo primero que hace es aclarar los apellidos y dice, por ejemplo, ‘fulanito, que se hace llamar tal, pero que su abuelo se llamaba de esta manera y su abuela de esta otra», indica el presidente de Hispagen.
En este caso, el aspecto crucial es que las mujeres conservaban su apellido al casarse, excepto en Cataluña, donde se mantuvo más la tradición de adoptar el apellido del marido. y eso, en el imaginario familiar y de la sociedad, fue muy importante.
De alguna manera, como señala BBC News, la nobleza también promovió el uso de ambos apellidos. Los individuos que provenían de familias destacadas aspiraban a destacar sus apellidos, y si provenían de la parte materna, se destacaban. No se preservaba un sistema ordenado, sino que la ascendencia que pretendían resaltar, de la que tal vez habían heredado un patrimonio o un título, se preservaba a lo largo de las generaciones.
«Para acceder a las órdenes militares, por ejemplo, se investigaban los cuatro costados y se clasificaba al aspirante a caballero por sus cuatro linajes, normalmente sus cuatro apellidos. De esta forma, quien quería ser hidalgo o noble, lo primero que hacía era buscar un apellido o unir apellidos para que tuvieran una mejor apariencia», resalta Alfaro.
Así, los apellidos, que a lo largo de la historia se habían utilizado de manera privada y, de cierta manera, eran un asunto de elección personal -tú decidías cómo querías llamarte y la ley solo te perseguiría si te confundías con otra persona para causar un engaño-, gradualmente se convirtieron en un asunto oficial.
En el siglo XIX, los liberales en España aspiraban a que el control de la población, que hasta ese momento solo se mantenía en los libros parroquiales, pasara de la Iglesia al Estado. Por ello, comenzaron a aparecer los primeros registros civiles.
En 1822 se realizó el primer registro en Madrid, que se extendió a todas las capitales provinciales de relevancia en 1840. Desde 1871, se extendió al 100% de la población y en 1889, el Código Civil de España establece la utilización de los apellidos paterno y materno para los hijos legítimos.
“Esos registros hacen lo mismo que las partidas de bautismo, registran cuál es tu nombre y cuáles son los apellidos de tus padres para que tu existencia tenga una referencia documental y el gobierno pueda controlarte que, básicamente, es el objetivo del registro”, sostiene Antonio Alfaro.
¿Y controlarte para qué?
Principalmente, para el abono de impuestos y para la incorporación a la fuerza armada, apunta BBC News.
Las autoridades perciben que es más sencillo identificar a la población con dos apellidos para prevenir malentendidos, como señala el genealogista, “ya que muchas veces había que localizar a alguien por temas de Justicia, por ejemplo, y se encontraban con que incluso en pequeñas poblaciones estaba repetido un mismo nombre de pila y un mismo apellido”.
A pesar de que la mayoría de las naciones de América Latina obtienen su independencia antes de la instauración de los registros civiles, «durante el siglo XIX una buena parte del sistema legislativo de estos nuevos países sigue la inercia española, incluso después de la independencia», detalla el experto.
Al tener las mismas orígenes hispanos, la idea de que las mujeres poseían su propio apellido estaba profundamente enraizada. Eso, unido a que el sistema de usar el apellido paterno y el materno era muy útil, hizo que el doble apellido se extendiera por toda la América de influencia española.
Hoy en día, la mayoría de las naciones de América Latina conservan este sistema de doble apellido. No obstante, existen excepciones como la de Argentina, en la que la inmigración masiva europea generó una considerable diversidad de apellidos, y donde los progenitores tienen la opción de decidir si sus hijos llevan únicamente el apellido de uno de los padres o de ambos.
En Portugal también se practica la tradición de preservar el vínculo materno, que usualmente se ubica por encima del paterno. No obstante, el que se hereda a las generaciones subsiguientes es el segundo, o sea, el padre.
Y en naciones como Francia o Italia, donde la tradición establece el apellido del padre, los progenitores ahora tienen la opción de, si lo prefieren, otorgar ambos apellidos a sus hijos, señala BBC News.
“Nosotros lo asumimos porque hemos nacido y vivido así, pero ahora es cuando se está valorando que las mujeres mantengan su apellido y que no se borre esa parte de la identidad muy importante”, concluye Alfaro.