Segunda semana de mayo de 1896. Madrid celebraba su fiesta más importante, la festividad de San Isidro, entre verbenas, bailes populares, corridas de toros y, también, y no menos importante, con la presentación de algunos de los inventos más asombrosos y extravagantes que los madrileños pudieran imaginar, informa National Geografic . Directa hacia la modernidad, Madrid era una ciudad en la que ya no se veían los típicos tranvías tirados por mulas; ahora, estos habían sido sustituidos por los que iban impulsados por la corriente eléctrica, que muy pronto empezaría a llegar a todos y cada uno de los rincones de la capital. De hecho, hacía tan solo 18 años que, para celebrar la boda de Alfonso XII con su prima, María de las Mercedes de Orleans, en la Puerta del Sol se había instalado el primer alumbrado eléctrico.
En un contexto donde, en efecto, la modernidad parecía invadirlo todo, dos placas conmemorativa situadas en el número 34 de la madrileña Carrera de San Jerónimo, donde a finales del siglo XIX se alzó el Gran Hotel de Rusia, informan aun hoy a todo aquel que esté interesado que el 14 de mayo de aquel prodigioso año, la ciudad de Madrid fue testigo de la presentación en sociedad del cinematógrafo, una máquina, obra de los hermanos Lumière, capaz de filmar y proyectar imágenes en movimiento, y que fue presentada en la capital de España tan solo cinco meses después de que ese increíble invento asombrara a la sociedad parisina. La otra placa del edificio informa de que, al día siguiente, 15 de mayo, se abrió al público en el lugar la primera sala de proyecciones de la capital.
PRECURSORES DEL CINE
Tres días antes del esperado acontecimiento, en el Circo de Parish (futuro Price), había sido presentado con gran expectación un precursor del cinematógrafo, el llamado animatógrafo. En un artículo publicado el 12 de mayo de 1896, el Heraldo de Madrid decía de él: “Una novedad muy curiosa ofrece al público la empresa del Circo de Parish. Trátase del notable aparato titulado animatógrafo, inventado por Edison, aunque en distinta forma de la presentada por el director del circo, el señor Hugo Herzog. Anoche, después de la función, se verificó un ensayo de dicho aparato ante varios periodistas, resultando que ofrece, a la vista del espectador, todos los movimientos del cuerpo humano proyectados en un amplio lienzo por medio de potentes focos eléctricos”. Sin embargo, y a pesar del aparente éxito del invento de Edison, el animatógrafo acabó no siendo rival para el cinematógrafo de los Lumière.
Alexandre Promio, uno de los operadores de cámara de los hermanos Lumiere, que había recorrido el mundo con el nuevo invento, fue el encargado de mostrar su potencial en la capital española, concretamente en el Gran Hotel de Rusia. El edificio, situado en el número 34 de la madrileña Carrera de San Jerónimo (que hoy acoge desde comercios a un centro médico), fue anteriormente la sede de una prestigiosa joyería llamada Los Diamantes Americanos, que hizo las delicias de los madrileños más pudientes. Así, pensando que el hotel era el local más adecuado para llevar a cabo su espectáculo, Promio convirtió la planta baja del establecimiento en lo más parecido a un patio de butacas. En la entrada se improvisó una especie de sala de espera donde los entusiasmados madrileños esperaban cómodamente hasta que la sesión previa finalizase para poder acceder a la sala, que estaba compuesta por 15 o 20 filas de butacas sujetas por un travesaño de madera. Las paredes del local estaban adornadas con espesos cortinajes, frente a los espectadores se exhibía una gran pantalla y al fondo se instaló un proyector.
EL ÉXITO DEL CINEMATÓGRAFO
De este modo, con todo preparado, el 14 de mayo de 1896 se llevó a cabo la primera proyección en el Gran Hotel de Rusia. El diario La Iberia describía así cómo fue la inauguración: “El cinematógrafo es la fotografía animada. Sobre un telón blanco se proyectan los cuadros, viéndose reproducidos los movimientos de las personas, el paso de los carruajes, la llegada de un tren y la ondulación de las aguas del mar, pero de una manera tan notable y con una perfección tal que no cabe más allá. Todos los cuadros arrancaron unánimes aplausos y aunque todos ellos son de gran mérito, causan mayor admiración: el derribo de un muro, la llegada de un tren a la estación (éste es maravilloso), el paseo por mar y la Avenida de los Campos Elíseos. Diez son los cuadros que se exhiben en esta sección. Las representaciones de anoche fueron de convite, asistiendo los embajadores de Francia y Austria y otras muchas personas distinguidas”.
Pero sería el día 15 cuando el cine sito en la planta baja del Gran Hotel de Rusia abriría sus puertas al público en general. Cada sesión duraba unos 15 minutos y costaba dos pesetas, un precio bastante elevado para la época (no sería hasta que las salas de cine empezaron a proliferar en la capital cuando los precios de las entradas se rebajaron hasta los cinco y los diez céntimos, siendo la más cara la butaca preferente, que costaba un real). Los periódicos se hicieron eco del acontecimiento, y en las páginas del Heraldo de Madrid se anunciaban pases a las 10:00, a las 15:00 y a las 2:00. En la sala se proyectaron asimismo películas nuevas filmadas en Madrid como Maniobras de artillería de Vicálvaro o La salida de las alumnas del Colegio de San Luis de los Franceses.
De hecho, la gran aceptación que tuvo la llegada del cine a Madrid la refleja de este modo el periodista madrileño José Francos Rodríguez en su libro Contar vejeces de las memorias de un gacetillero: “El espectáculo produjo asombro, ganando desde el primer momento las simpatías del público. Algo molestaba la vibración luminosa de las proyecciones; pero el cansancio de los ojos lo aminoraba el recreo de asomarse a panoramas interesantes, sugestivos; el gusto de asistir a alardes de la realidad, mirar múltiples cuadros que superaban a los de la invención. Estábamos con el cinematógrafo como chiquillos con zapatos nuevos. No hubo la menor discrepancia; la opinión general le aplaudía, acudiendo a él con alborozo, celebrando sus sorpresas”.
EL INICIO DEL CINE EN ESPAÑA
Tanto los hermanos Lumière como Alexandre Promio se mostraron muy satisfechos con los resultados logrados por su invento, y si en Francia, en plena revolución industrial, los Lumière habían proyectado Salida de los obreros de la fábrica, en España Promio filmó también una película: la salida de misa de la Iglesia de las Calatravas. Desde entonces, y emulando al cámara francés, en España se popularizaron las filmaciones de gente saliendo de misa, como Salida de misa de 12 del Pilar de Zaragoza (Eduardo Jimeno, 1896) o Salida de la iglesia de Santa María (Fructuoso Gelabert, 1897). Al final, el éxito de las proyecciones cinematográficas en nuestro país fue enorme, de tal modo que el 12 de junio de 1896, la familia real al completo acudió a presenciar aquel prodigioso invento, y sería la propia reina regente, María Cristina (su esposo Alfonso XII había fallecido en 1885), la que ordenó que se organizase una exhibición de artillería para ser filmada y proyectada a través del cinematógrafo.
Tras la gran aceptación popular que tuvieron las proyecciones del Gran Hotel de Rusia fueron muchos los que intentaron hacerse con un cinematógrafo Lumière y llevar el cine por toda la geografía española. La extensión de este espectáculo hizo que muy pronto los locales donde se proyectaban las películas dejaran de ser exclusivos para personas con alto poder adquisitivo y los proyectores se instalaban en cualquier sitio: barracas, casetas de feria, salones de variedades o incluso en pisos,donde se improvisaba un patio de butacas con unas simples sillas. Aquello fue el principio de lo que hoy conocemos como séptimo arte, algo que pronto dejaría de ser una curiosidad para convertirse en un lucrativo negocio. Las salas de cine o los multicines, como los conocemos hoy en día, aún tardarían bastante tiempo en hacer su aparición. Pero cuando lo hicieron el cine se convirtió en el mayor espectáculo del mundo.