Sería bueno, no obstante, que los grandes poetas de nuestra geografía iniciasen merecidas alabanzas a nuestros prestigiosos gestores de la vida pública
Desde los albores de mi primera inocencia, decidí que nunca caería en la tentación de afiliarme a partido político alguno. Tal providencia me garantiza la opinión de casi todo sin que se llenen de sangre mis palabras, y alejarme así del juicio, con tantos intereses de por medio.
Uno de mis amigos podemitas, conociendo mi independencia y una cierta inclinación a la poesía, me solicitó ayer mismo, entre sorbos de café templado, la posibilidad de que le escribiera una oda a su insigne fundador. Es imposible para mí, le respondí, ni yo estoy en condiciones de reseñar semejante encantamiento ni en la fina piel de una oda cabrían tan anchas magnitudes. En todo caso acudamos a fray Luis de León para llamarle “clarísimo lucero en esta mar turbada”.
Sería bueno, no obstante, que los grandes poetas de nuestra geografía iniciasen merecidas alabanzas a nuestros prestigiosos gestores de la vida pública, que bien podrían grabarse en lápidas de mármol y, más adelante, subir a los personajes a un caballo de bronce para alivio de las palomas que no puedan contenerse.
Al presidente de Gobierno, si supiera, yo le escribiría algo así: Oh abundancia, /oh palabras sonoras salidas de tu boca./ Tiempo de túneles tu ausencia./ Oh prodigio que los tiempos aguardaron,/ nunca te alejes del engaño/ y sigue librándonos del mal/ Oh sol, oh luz de España.
Al anterior presidente de Gobierno, si supiera, yo le escribiría estos o parecidos elogios: Nada te ha turbado, / nada te espantó,/ oh prócer enjaulado en la duda de si sí, de si no./ Así te ves ahora, músculo frío/ entre la calentura de cuatro pechos que te amaron/ sin darte gota de leche./ Oh inútil delicadeza, oh deslucida criatura./ Oh, oh…
Y así sucesivamente.