Enhamed es un joven ciego que aprendió a nadar a oscuras y que fue medalla de oro en Pekín en el año 2008. Tras las reflexiones de la lógica humana había decidido que Dios no estaba en el agua ni en la vida y Enhamed sólo miraba por dentro los colores de la soledad. Ciego es el que depende, el que va tocando las cosas y los cristales por las esquinas, el que mide con una varita blanca las distancias.
La Providencia quiso que en un vuelo de dos horas y media coincidiera a su lado un sacerdote con el que surgió una conversación, una lucha de ideas y un refugio de respuestas. “Yo pondré mis palabras en tu boca” nos relata Jeremías que le respondió Dios ante su queja de sentirse un muchacho para el atrevimiento de la profecía. Eso debió suceder con el cura del avión.
El caso es que Enhamed bajó de su vuelo con la certeza de otra luz, que sólo por maravilla se enciende. Desde entonces no hace más que referir, para los que dicen ver más que él, que el Señor es su pastor y que nada le falta. Que ya es otra la luz que tiene en los ojos. Que el oro lo lleva ahora en el alma.