Una prima lejana tengo en Zamora que me refirió la historia de Rigoberto, Rigo, un chico de buen parecer que pudo ser su novio, algo tontuelo aunque no tanto como parecía, y de leche personal sibilinamente alborotada, aunque dueño de la mejor vaquería zonal.
Rigo estaba al tanto de las últimas leyes referidas a la exquisitez con que habían de tratarse a los animales sueltos y con qué mimo hospedarlos si en alguna ocasión llamaran a la puerta de su casa. Como estaba acostumbrado a llamar a las vacas por su nombre y mimaba a sus dos pastores alemanes, “Nazi” y “Comunista” con la misma ternura que si él los hubiera parido, no le supuso demasiado esfuerzo cumplir lo legislado teniendo en cuenta, eso sí, algunos matices que le parecieron necesarios.
Con su destreza para fabricar trampas, ideó una con bicho dentro para el primer zorro que le visitaba. La jaula con el animal dentro fue enviada, a porte debido, a la ministra del ramo. Igual hizo con dos linces y un jabalí. También con un panal de abejas encofradas a ver si, igual que a los reptiles del Himeto, se les llenaba de miel cualquier veneno… Como Rigo no puso remitente, la ministra no pudo devolverle su delicadeza.
Pedro Villarejo