Llegó un momento en que a Roma se le iba de las manos el gobierno de la República basado en “Senatus Populusque Romanus” y no en el emperador absoluto que pretendía ser el César. Para frenar tal aberración política, los senadores, con Bruto y Casio a la cabeza, decidieron asesinar a quien ya veía en sus manos el mando absoluto por encima de todos.
Bruto era el menos sospechoso de crimen por ser hijo predilecto de su amante y mimado por el César. Y Casio se distinguía por su profunda amistad con Bruto en la defensa republicana y en la obediencia al César. Pero ya se ve que de nadie hay que fiarse porque un día, con su daga escondida, los senadores la emprendieron con el César antes de que el César la emprendiera con ellos. Los dos terminaron mal suicidándose por creer en sus propias muertes antes de tiempo.
La Historia siempre se repite: los que mandan quieren ser césares; los de la oposición no los dejan, aunque si ellos están regalados ¿para qué van a cambiar sus aspiraciones?… como dijo Quereas en Calígula: “¡Alguien tendrá que organizar su locura!”… Porque Brutos, sin saber del todo lo que quieren, aquí tampoco nos faltan.
Pedro Villarejo