Mozart odiaba el sonido de las flautas. Solía decir que sólo había una cosa más perniciosa que una flauta, dos flautas. Y se negó siempre a componer cualquier tipo de música que incluyera su sonido que para él debió ser algo así como las moscas azules de Eliot, cantando en los cristales.
Sin embargo, poco antes de morir, un buen amigo suyo, cuyo negocio peligraba por no tener la música conforme a su clientela exigente, compuso una obra rogándole a Mozart que le pusiera música. Se trataba de La Flauta Mágica. Al principio Mozart se negó hasta que la amistad y el compromiso pudieron más y hoy La Flauta Mágica es una de sus partituras más reconocidas.
Por cierto, una gitana le adivinó que moriría joven y así fue. Seguro que escuchó, mientras rezaban frente a su cuerpo helado, la más excelsa de sus obras: Réquiem… ¿quién sabe si despertó?
pedrouve