La escritura y sus tristezas

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José Saramago.

Debe ser que temas como la verdad y la mentira, el amor y la techumbre de las casas deshabitadas, el hambre, la muerte, las máscaras de Dios, el llanto de las manos que no trabajan, el tiro en la nuca de los desencuentros, la humedad de los ojos que no saben leer, el río que no llega o se desborda… deben ser estos temas, y otros, los que mantienen la tristeza de nuestros escritores.

Casi nuestro es Saramago, que comenzó su discurso de premio Nobel recordando la sabiduría analfabeta de sus abuelos. Jerónimo y Josefa alumbraron los primeros años del niño-nobel-josé, que guardó hasta la vejez esa memoria de verlos llevar a la cama con los cerdos que criaban para que no murieran de frío; memoria, que es tristeza, al verse otras noches dormir debajo de la higuera, arropado por las historias que le contaba el abuelo y despertar con el alboroto de alguna pesadilla. La abuela, entonces, le enseñaba que en los sueños no hay firmeza. Y dejó de soñar; y triste, por eso, lo tuvimos con sus cejas grandes y su “isla desconocida”, echándole la culpa a la Iglesia de ser ella misma, y sin ilusión para amar, como Guillén en “Límite”, la otra mitad de lo visible.

Parecida tristeza venida de muy lejos la sufrimos con Sábato y sus gafas oscuras de no ver la luz de todos. Cuando se escribe demasiado “Sobre héroes y tumbas”, se termina viviendo muerto sobre pedestales o escribiendo epitafios sobre la esperanza. Muchos años Ernesto Sábato sobrevivió en su casita de Santos Lugares, a las afueras de Buenos Aires, entretenido en sus tristezas que refleja muy bien en alarmantes cuadros con hombres y mujeres retorciéndose en gritos. El Informe Sábato acerca de los terribles excesos de la dictadura militar argentina, degüella las alegrías que por algún lado hemos de procurar que broten de aquella desproporción.

Francisco Umbral, desde la muerte de su hijo que le llevó a escribir uno de los libros más bellos de nuestra actual literatura: Mortal y Rosa. O quizá antes. O quizá porque haya nacido con muchos pliegues de sus entrañas muertos, deja siempre en su escribir una dentellada de tristeza fría con la que intenta sin fin recuperarse de no sabemos qué ausencias. Durante bastantes años corrió detrás de la Iglesia con su brillosa navaja de aparente cordura, pero sólo deja pespuntes de resentimiento bañando las palabras. La Iglesia es algo más que una circunstancia mordida por él y descubierta, algo más que una crítica acertada sobre ciertos procederes equivocados. Del mismo modo, muchísimos estamos convencidos que Umbral es algo más que un dandi bienhablado detrás de una bufanda.

EL DUENDE

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