El modus operandi de la vieja política de los partidos políticos de Panamá ya ha sido suficientemente asoleado. Nunca están demás las denuncias. Pero en términos generales ya estamos ilustrados de cómo funciona la cosa, en gran parte porque los partidos políticos no son más que un reflejo público del “juega vivo” inherente a nuestra sociedad en lo privado.
Mucha de la supuesta sorpresa pública por la picarezca política, es pura apariencia o sobreactuación, de gente que busca darse un tinte de distinción social y de diferenciación de clase, porque todos en el fondo sabemos perfectamente bien, cómo ha funcionado desde siempre nuestra sociedad.
No hay duda que nuestro sistema institucional está en crisis. Todos los partidos políticos, los grupos de presión, el sistema de justicia, los medios, gremios, sindicatos y cualquier colectivo que aporte al impulso nacional, debe pasar por un proceso de reingeniería. O lo hacemos o quebramos, así de simple.
Asumiendo que lo anterior es el consenso, queremos ocuparnos hoy de las debilidades de cierto discurso politiquero anticorrupción que se ha elevado en Panamá, principalmente desde algunos actores políticos autodenominados “independientes” y también desde algunos medios de comunicación, con evidente agenda política electoral.
Este discurso es diferente del trabajo tesonero que muchas organizaciones serias han llevado adelante desde hace décadas, para agregar transparencia a la vida pública, hacer reformas y proponer cambios paulatinos que le van quitando espacios a la trampa. Pero lastimosamente muchas veces el discurso politiquero anticorrupción se ha ido mezclando con todo.
Ya he comentado sobre el tema en ocasiones anteriores, pero siento que es necesario insistir en esto, especialmente en este año preelectoral, porque pienso que el discurso politiquero anticorrupción, se ofrece como una pomada maravillosa para todos los problemas nacionales y ya va siendo hora que también se develen sus falencias y demagogias, con la esperanza de que corrijan el rumbo y, muy especialmente, por cuanto Panamá no aguanta más frustraciones.
Aunque quizás haya más, aquí van mis comentarios sobre una lista de las 10 principales afirmaciones demagógicas del discurso politiquero anticorrupción de Panamá:
Primera afirmación: La corrupción actual es hija de los gobiernos de los últimos 33 años
No es verdad. El asunto es un poco más viejo. Algunas referencias: en la recta final del Panamá colonial borbónico, poco antes de 1821, los puestos públicos se compraban. Y no solo como una distinción social o por el salario, sino para lucrar con las influencias. Era una inversión. ¿Alguna diferencia con lo que hacen hoy los grandes millonarios que donan a las campañas? Muy poca. El siglo XIX colombiano no fue precisamente un convento en Panamá.
En 1928, haciendo referencia a la venta y alquiler de tierras nacionales a precios ridículos para beneficio de especuladores, el Presidente Rodolfo Chiari se lamentaba diciendo que “…estamos comprometiendo el porvenir de la República que lo sacrificamos por un plato de lentejas”. Y el embajador de Estados Unidos se refería en 1941 al nepotismo del Presidente Ricardo Adolfo De la Guardia, quien nombró a su hermano como Ministro de Gobierno, al otro hermano cónsul en Nueva York, a un cuñado embajador en Washington, al otro cuñado Secretario Privado y al hermano de uno de los cuñados, embajador en México.
La corrupción de la dictadura fue proverbial, con el escándalo del programa de viviendas de la CSS como el buque insignia de esa triste armada. Según está documentado, se perdieron 100 millones de dólares a valor de 1981. ¿Cuánto será ese dinero traido a valor presente, 42 años después? Y en la vuelta no solamente estaban políticos, sino también compañías constructoras y aseguradoras.
Muchas de las grandes fortunas de hoy, son patrimonios bien administrados que se originaron en acaparamientos de las mejores tierras, becas, concesiones y privilegios, obtenidas por influencias y acceso al poder en épocas distintas de la evolución republicana. Incluyendo el caso de familias que hoy se ofrecen como modelos sociales y que se razgan las vestiduras en el altar de las redes sociales, en protesta por la corrupción “de los políticos”.
¿Cuál es la utilidad de irse tan atrás? Sencillo: recordar que la corrupción política es un problema endémico, no es algo excepcional en el Panamá de hoy. Tristemente siempre ha sido parte esencial de nuestra manera de actuar en relación al poder público, a todo nivel social, y que -por consecuencia- un asunto de tan vieja data, es estructural y no se resuelve con una varita mágica ni en un periodo presidencial. Debemos enfrentarlo con contundencia, pero con realismo.
La demagogia del discurso politiquero anticorrupción está en que busca limitar el asunto a los últimos 33 años, para destacar el problema como excepcional y exclusivamente asociado a los partidos políticos que han gobernado en ese periodo. De esa manera los descalifican totalmente como opción política, ofreciendo a los independientes y al único partido político supuestamente independiente, como la solución inevitable.
El discurso demagógico siempre simplifica todo. En este caso nos dice: existió una arcadia de honestidad en Panamá, la cual fue turbada por los partidos políticos que han gobernado recientemente. Para volver a ese estado de pureza original, donde todos éramos inocentes, solamente tenemos el camino de los políticos independientes, sin pecado concebidos.
Segunda afirmación: Todo lo ocurrido en los últimos 33 años es un fracaso
Estamos ante una crisis institucional, indudablemente. Aquí nadie pretende tapar el sol con la mano. Pero si perdemos la objetividad en el enfoque, alimentando un exceso de frustración y promoviendo una actitud de parálisis social y de crispación extremista, tampoco ayudamos a resolver nada. La verdad es que el Panamá de hoy muestra un mejor nivel de progreso social y económico que lo que había en 1989.
No ganamos nada con olvidar que en el Panamá de 1989 para ir de Panamá a Bugaba o de Panamá a Las Tablas, había que hacerlo en una carretera de un carril para cada lado; que era casi inexistente el desarrollo turístico de las playas del Pacífico y de Isla Colón; que la disponibilidad de habitaciones hoteleras en la Ciudad de Panamá era muy pobre; que el transporte público era en “diablos rojos”; que el Casco Viejo era un conjunto de edificios desvencijados; que los puertos de Panamá y Colón eran mínimos y que no existía el sistema logístico del Ferrocarril de Panamá, todo lo cual conforma el complejo de manejo de carga contenerizada más grande de América Latina.
Siempre podrán mejorar, pero en el Panamá de 1989 no existían elementos de desarrollo como TOCUMEN, S.A., la actual pista y terminal aérea de David, la Ciudad del Saber y Panamá-Pacífico. Los estadios de baseball eran bastante peores que los actuales. Estábamos en el subsuelo de CONCACAF y era imposible soñar siquiera en clasificar para un mundial de football o ganar algún trofeo internacional de surf. Ni la medalla de oro de Saladino ni el Grammy de Los Rabanes eran cosas previsibles.
Hoy tenemos una red de telefonía celular que es de mejor calidad que la de algunos países equivalentes y acceso de primer mundo a las redes de fibra óptica. Para 1989 los buenos restaurantes en Panamá eran contados con los dedos de una mano, ahora tenemos una explosión de oferta culinaria, se toma buen vino y somos un centro de referencia mundial de exportación de café gourmet, producto que se puede consumir en múltiples cafés de alta calidad ubicados en todos lados, incluso en áreas como Vía Argentina, con aceras y jardines donde ahora se puede caminar, disfrutando del follaje.
Siguen siendo vergonzosos nuestros niveles de desigualdad, pero para 1989 eran peores, lo mismo que los índices de participación de la mujer en la vida social. Después de la continuidad de varios gobiernos de diversos partidos, el saneamiento de la bahía de Panamá no solamente es un proyecto, sino que ya tiene resultados que mostrar.
En las últimas décadas Panamá ha estado entre los líderes en América Latina en los índices de atracción de inversión extranjera directa y de crecimiento. Mantenemos un nivel ejemplar en sistemas de vacunación, hay más conciencia ecológica y no se usan bolsas plásticas. Es urgente que la conciencia y práctica ambientalista sea mucho mayor, pero para 1989 era casi inexistente.
El caos vehicular en la Ciudad de Panamá y en otras partes del país es patético, pero sería peor sin los dos corredores, sin las dos líneas del metro, sin la autopista que en 20 minutos nos lleva a Colón, sin la autopista y Puente Centenario, sin la Cinta Costera y sin muchos puentes elevados como el que conecta el Chorrillo con la ex Zona del Canal, los de Paitilla, Ricardo J. Alfaro, Ave. de los Mártires, San Miguelito, Divisa, 4 altos en Colón, Interamericana en David y Santiago y tantos otros que no existían en 1989. Tampoco existía la Terminal de Transporte y el único Centro Comercial o ‘mall’ que había en 1989 era El Dorado y mucho más chico.
En 1989 había voces que decían que no era buena idea cumplir el tratado y darle la administración del Canal a los panameños. Incluso muchos panameños lo pensaban. Hoy hace 23 años que administramos el canal con eficiencia y hasta lo ampliamos.
La cruel realidad es que sin corrupción se pudo hacer mucho más y que el conformismo no es buen consejero. Es verdad que muchas cosas se hicieron por los ciudadanos y el sector privado “a pesar de” los gobiernos. Es verdad que tenemos retos monumentales en materia de igualdad de oportunidades, transparencia, seguridad social, carrera administrativa, en educación, salud, agroindustria y exportaciones, protección del ecosistema, derechos humanos y política exterior, manejo de residuos, política fiscal, pobreza indígena, en Colón y en las periferias de la capital. Pero decir que en los últimos 33 años solamente hemos tenido corrupción es una simplificación exagerada.
No se trata de plantear un alegato en defensa de los gobiernos de los “partidos políticos tradicionales” en algunos de los cuales yo he participado. Se trata de destacar que ningún enfoque totalitarista de los problemas sociales es correcto.
La demagogia del discurso politiquero anticorrupción estriba en radicalizar la sensación de fracaso absoluto, de vacío total de los últimos 33 años, para, otra vez, descalificar a todo partido o persona que fue parte de esos gobiernos, ofreciendo a los independientes y al único partido político supuestamente independiente, como la solución inevitable.
Tercera afirmación: La sociedad panameña es víctima de la corrupción de “los políticos”
Esto es lo que yo llamo la “teoría del secuestro” y va más o menos así: la inmensa mayoría de los panameños son totalmente inocentes de la crisis actual. Vivían en un mundo bucólico de paz y honestidad terrenal, hasta que, desde hace 33 años, poco a poco, fueron llegando en sus naves unos extraterrestres provenientes de un planeta llamado “corruptón” (la palabra se la escuché a una politóloga argentina).
Los extraterrestres conformaron en Panamá una clase profundamente minoritaria pero poderosa de personas que se llaman “los políticos”. Esos señores secuestraron a todos los panameños y les impusieron un régimen de corrupción política. Por eso esos “políticos” son los culpables de toda la corrupción que hay en Panamá.
Para resolver el problema, resulta suficiente que se ubique a ese grupo muy minoritario de “políticos corruptos”, se les separe del resto de la “manada”, se les meta en una cámara de gas, se les fumigue y santo remedio. Excluidos “los políticos”, gobernarán los pulcros y seremos felices para siempre.
Los pulcros también se llaman “independientes”. Esos pulcros o “independientes” tienen el poder de seleccionar, a su entera discreción, quiénes son las personas que se debe considerar como “políticos corruptos” que vinieron de “corruptón” y que deben desaparecer.
Este enfoque simplista de nuestro problema institucional, es sumamente facil de cultivar, porque tenemos casi dos décadas ya de estar siendo diariamente bombardeados con noticias, confesiones, procesos judiciales interminables, sensación de impunidad, que proyectan a un grupo de políticos de todos los partidos, metidos en problemas de extracción de recursos públicos para beneficio personal.
Sin embargo, pese al potencial agotamiento que se observa en cierto estrato social urbano muy vocal, la “teoría del secuestro” no es válida, por cuanto deliberadmente ignora que los problemas de la trampa y el «juega vivo» se encuentran a todo nivel de la sociedad, en los negocios privados, entre familiares, en las cooperativas, gremios, clubes de padres de familia, donde Ud. busque. La corrupción política es solamente una más de las facetas de un problema mayor, que no se resuelve culpando a un grupo social en particular de forma generalizada y sin respetar la presunción de inocencia.
No es verdad que los “políticos corruptos” vinieron de “corruptón”. Todos y todas son producto de la misma sociedad panameña de donde todos venimos. Y todos, por acción u omisión, tenemos parte de culpa por su acceso al poder.
En el caso de los “políticos corruptos” de elección popular, llegaron allí por el voto de la gente. Es verdad que hay clientelismo y compra de votos en muchos casos, pero es una realidad que cuando el ciudadano está frente a las urnas está solo, el voto es secreto, y si hay verdadera conciencia de cambio, puede escoger al mejor candidato. También es responsabilidad del ciudadano si ese funcionario incurre en actos de corrupción, cuando desde antes había motivos para preveerlo. Ya lo decía Octavio Paz: “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”.
Un ejemplo histórico lo dieron los miembros de la Fuerza de Defensa en la elección de 7 de mayo de 1989. Quienes estuvimos allí sabemos lo que pasó en todo el país: en las mesas donde votaban exclusivamente los policías, a pesar de los grandes riesgos que eso significaba para ellos, Guillermo Endara ganó abrumadoramente. La Oposición-Civilista fue víctima del clientelismo y del uso de recursos del Estado por parte de los militares, además que Endara no era un lider carismático. Pero ganó.
Los que combaten el clientelismo deben elevar un discurso que convenza y entender que no se trata solamente de un asunto de buena o mala voluntad, dado que hay un tema estructural sociológico y económico detrás de él, que no se enfrenta simplemente con sermonear al votante, diciéndole que “debe portarse bien”.
Por más que exista hartazgo (o que los medios digan que existe), la teoría del secuestro es totalmente demagógica, no solo porque obviamente es falsa, sino porque busca lisonjear al pueblo, exonerándolo de toda responsabilidad en el acontecer nacional, escogiendo a un grupo más o menos identificado de personas como únicos responsables y objeto del odio ciudadano.
Muy parecido al tratamiento que los grupos xenófobos en Europa y Estados Unidos le dan el tema migratorio: Si un inmigrante comete un delito de homicidio, entonces todos los inmigrantes son responsables del aumento de las violaciones y asesinatos. En fin.
Mediante la demagogia de la “teoría del secuestro”, el discurso politiquero anticorrupción sataniza a todo dirigente o grupo político que pueda ser vinculado, incluso muy lejanamente, con los parias que vinieron de “corruptón”, los cuales deben ser fumigados para lograr la felicidad general.
En su lugar ofrecen a los santos varones y mujeres líderes de la masa de secuestrados, llamados “independientes”, como los únicos redentores posibles, sean lo que sean y digan lo que digan, basta y sobra que provengan o digan provenir del grupo de víctimas secuestradas, porque todos los demás panameños están manchados hasta el fin de los tiempos, amén.
Cuarta afirmación: Poniendo gente honesta en el poder, se resuelve el problema de la corrupción
Siempre será bueno que un país tenga gobernantes honestos. De eso no hay duda. Todo comportamiento humano tiene una dimensión individual y sicológica y otra social y colectiva. La corrupción, entendida como el uso del acceso al poder para obtener beneficios ilegales de los recursos públicos, también tiene esas dos facetas. Por eso no es totalmente incorrecto decir que la dimensión de la conciencia personal o ética, tiene una incidencia en el problema.
Ahora bien, yo soy de los que pienso que el problema de la corrupción en Panamá no se resuelve solamente apostando al lado individual de la cosa. Tenemos elementos estructurales colectivos que son demasiado pesados, como para no tomarlos en cuenta y no solamente me refiero al aspecto histórico sino al modelo económico. Se trata de mucho más Max Weber y mucho menos de Freud.
Panamá está entre los países con peor distribución de riqueza del mundo. Es el segundo país más desigual de América Latina en stratos sociales. La desigualdad regional es a-bru-ma-do-ra: más del 80% de la riqueza se genera en la zona de tránsito, en el área de las ciudades de Panamá, La Chorrera y Colón, alrededor de las cuales hay cinturones de pobreza de aquellos que están excluidos de la fiesta.
En el resto del territorio la actividad económica es mínima. El desempleo es altísimo y peor entre la juventud con estudios universitarios. Somos grandes consumidores de arroz y no producimos ni siquiera lo suficiente para cubrir nuestra propia demanda. Hay graves problemas de desintegración familiar, embarazo adolescente y deserción escolar.
Con esos datos nos damos cuenta que el nivel de necesidades es altísimo entre la mayor parte de la población. Si bien la plena igualdad es una utopía irreal, el desequilibrio panameño es exagerado y es una bomba de tiempo. Estamos ante un sector muy importante y mayoritario de la gente que no siente la atención del Estado. Allí está el caldo de cultivo de la trampa, el juega vivo y la picaresca. La gente busca la política y el acceso a porciones de poder público, como una vía de resolver lo que la estructura económica no le resuelve.
Si, además, desde la base social observan que la élite económica, las “familias bien” y los “conectados”, también lo hacen, se cierra el círculo vicioso y se potencia la competencia para ver quién le saca más al erario público, ya sea una beca; un nombramiento; un jamón para Navidad; un consulado en Grecia; una concesión de piedra y arena; una consultoría; una Notaría en Las Tablas; un puesto en la Junta Directiva del Canal; espacios comerciales en TV y radio; una carretera para subir el valor de una propiedad; que el Estado le pague una cuenta vieja, a cambio de una comisión para el Ministro; un cambio de zonificación; la bebida para la fiesta de quinceaños de la hija; etc.
En ese esquema, siempre habrán los más destacados de la picarezca que tomen liderazgos regionales y nacionales en el proceso de depredación del presupuesto público. Esos “líderes naturales” encontrarán la forma de obtener puestos por nombramiento o elección popular y serán los agentes sociales que repartirán los panes.
En este sistema que hemos ido construyendo en Panamá con mucha dedicación y esmero por al menos dos siglos, la honestidad individual juega un factor, pero no es tan importante como se cree. Las necesidades acumuladas de la gente son tantas, que el cinismo se ha extendido de tal manera que en el esquema de valores real (no el políticamente correcto), quitarle algo al Estado “canalla”, hasta representa una acción reinvidicativa.
Por lo tanto, no puede haber un discurso que verdaderamente quiera enfrentar el problema de la corrupción, sino se incluye el aspecto de la estructura económica y de los índices penosos de desigualdad de oportunidades que exhibe Panamá. Todo lo cual debe ir ligado con reformas legales en materia de transparencia y en el sistema de justicia que parece más bien un instrumento para la impunidad.
Es cierto que tenemos ejemplos que evidencian que gente muy rica y sin necesidades, ha incurrido en actos de corrupción. Esto demuestra que la disminución de las necesidades no necesariamente elimina la corrupción, pero, pese a ello, no creo que haya duda en cuanto a que una población con la mayor autonomía económica posible, con más esperanza y proyección de futuro, será mucho menos vulnerable porque tendrá más dignidad para no alimentar la maquinaria corrupta y más valentía para participar y excluir del liderazgo a quienes no quieren cambiar.
La demagogia del discurso politiquero anticorrupción es doble en esta materia. En primer lugar se concentran en el aspecto individual y ético del problema, elaborando un catálogo de personas que ellos deciden que están moralmente descalificados, con el mismo objetivo ya explicado antes: ofrecer como alternativa inevitable, la creación de un gobierno de los “independientes”, que son panameños perfectos, cuya sola presencia en los cargos públicos, resolverá el problema bicentenario de la corrupción por arte de birlibirloque.
En segundo lugar, desconocen casi que totalmente el problema de la estructura económica, de la desigualdad de oportunidades. En pocas palabras, el discurso politiquero anticorrupción es un discurso profundamente conservador y defensor del injusto status quo económico.
Para ellos Panamá tiene un funcionamiento económico perfecto, como sistema, solamente falta quitar a las fichas dehonestas que pertenecen al “lado oscuros de la fuerza”. Sugieren que todo se trata de hacer una cirugía de extracción de los cuerpos extraños de un organismo sustancialmente sano. Proponen que cambiemos a los maquinistas, pero que el tren siga por el mismo camino económico.
QUINTA AFIRMACIÓN: Los partidos políticos «tradicionales», están excluidos de cualquier solución.
Para tratar de entender este slogan, lo primero es tratar de buscar una definición para eso que el discurso politiquero anticorrupción llama partidos políticos “tradicionales”, porque aunque para algunos pueda parecer evidente, no lo es.
Si usamos como referencia la antigüedad de los partidos en el panorama electoral panameño, parece claro que los partidos MOLIRENA, con raíces en el viejo liberalismo que viene de 1903; el Panameñismo que data de la década de los 30; el Partido Popular que viene de la década de los 60 y el PRD que viene de la década de los 70, todos del siglo pasado, son partidos tradicionales.
Sin embargo, si usamos ese criterio, el CD, que solamente ha participado en pocas elecciones, siendo un actor relevante solamente en tres de ellas, no necesariamente es un partido “tradicional”. Lo mismo pasa con partidos como PAIS, ALIANZA, MOCA y RM. Pero el discurso politiquero anticorrupción dice que el único partido no tradicional es MOCA y los grupos de presión “independientes” que no tienen partido como MOVIN y VAMOS.
¿Cuál será entonces el criterio? Se me ocurre que lo que quieren decir es que son partidos políticos “tradicionales” aquellos que manejan la política electoral y el gobierno, al estilo de la “vieja política”, incluyendo la corrupción. Eso es bastante relativo, pero, en fin, tomemos como válido el argumento.
Uno de los graves problemas de la “vieja política” es el caudillismo y la falta de democracia interna de los partidos. Así, en tiempos de Arnulfo Arias, en el Panameñismo se hacía lo que Arnulfo decía y punto, lo mismo en tiempos de Omar Torrijos y el PRD, de la Democracia Cristiana y Ricardo Arias Calderón y de los viejos partidos liberales. El gran lider o una camarilla de barones mandaban y todo el mundo obedecía.
Desde este segundo criterio entonces RM, ALIANZA y PAIS son “tradicionales”, pero el PRD, el Panameñismo y CD no lo serían tanto, porque es público y notorio que tienen estructuras de tomas de decisiones, donde no necesariamente mandan siempre los mismos y hasta algunas facciones quedan impugnando actuaciones al Tribunal Electoral. Pero digamos de todos modos que son “tradicionales” de acuerdo a este segundo criterio.
¿Y qué hacemos con MOCA? No sé a Uds., pero a mi me parece que desde ese ángulo es un partido “tradicional” caudillista, donde todo gira en torno a una persona. No es democrático. ¿Serán democráticos MOVIN o VAMOS? No lo sé. Y resulta difícil saberlo, porque al no estar organizados como partidos políticos, ni siquiera están obligados a tener una lista mínima de adherentes ni a hacer elecciones internas ni nada. Este es un tema que quizás merecería un debate, porque quién no practica la democracia, es muy difícil que pueda gobernar democráticamente. ¿O es que proponen que para eliminar la corrupción resulta necesario sacrificar la democracia? Ahora bien, muy en el fondo pienso que este debate es baladí. Por varios motivos.
El primero es estadístico. Según cifras del Tribunal Electoral, excluyendo a MOCA, un total de 1,630,886.00 ciudadanos de Panamá están inscritos en partidos políticos, lo cual representa el 54% del total de los ciudadanos que pueden votar, es decir, la suma de 2,991,261.00. En consecuencia, no parece lógico que los 39 mil inscritos en MOCA, sumados a los activistas indeterminados de VAMOS y MOVIN, incluyendo en el paquete a los periodistas que les hacen mercadeo, le puedan decir a 1,630,886.00 panameños que respaldan a las partidos políticos “tradicionales”, que son unos corruptos y que por ello están invalidados para ser gobierno.
Esa historia del abuso de los slogans y el cambio de franquicia ya se ensayó en Panamá y no tuvo éxito. ¿Acaso olvidamos que en las elecciones del Presidente que subió al poder en 2005 el lema que lo llevó al triunfo fue “cero corrupción”? Y resulta que en ese periodo se trajo a Odebrecht a Panamá.
El asunto de contrastar la vieja política con algo novedoso y que por ello se presume mejor, también ya es cuento repetido. En las elecciones de 2009 estudios estadísticos muy serios mostraban el agotamiento de los partidos políticos que habían estado en el poder, allí fue donde aprovecharon estrategas electorales maquiavélicos, para potenciar la venta de un producto publicitario conformado por un candidado franco, diferente, práctico, amparado en unos símbolos rompedores con color fucsia y celeste eléctrico, quien no tenía necesidad de robar. Se atacó a la política “tradicional”. El candidato ganó y ya sabemos lo que pasó después.
La demagogia del discurso politiquero anticorrupción está en tratar de vender que el simple uso de una bandera política nueva o la repetición de un slogan, hará que que la corrupción se acabe.
Discriminando a la gran mayoría del electorado no se acabará con la corrupción ni se hará buen gobierno. Somos los mismos panameños los que vivimos aquí y para enfrentar el flajelo de la corrupción, tenemos que tener la capacidad política de conversar entre todos los ciudadanos que quieran hacer las cosas mejor, no importa en qué partido político estén o si no están inscritos en ninguno.
Sexta afirmación: La experiencia en la administración pública no es necesaria, porque los que ya estuvieron tienen experiencia en robar
Quien afirma esto no tiene idea de lo que es la Administración Pública. Además que está acusando de ladrones a todos los funcionarios públicos actuales o pasados, lo cual es una generalización ignorante.
La Administración Pública es difícil y la subestimación de su sentido técnico es uno de los problemas de fondo de nuestros gobiernos. La falta de Servicio Civil o Carrera Administrativa en Panamá, que genere funcionarios capacitados, bien pagados, con estabilidad y experiencia es precisamente uno de los grandes motivos por los cuales existen irregularidades en los gobiernos. Los vergonzosos despidos masivos y reemplazo de funcionarios en cada nuevo gobierno que ocurren en Panamá, son el símbolo más evidente de que seguimos siendo un país del tercer mundo.
Por otra parte, como en todo, solamente entendiendo bien lo que existe se puede mejorar. Quien no entiende a la Administración Pública, por carecer de experiencia, es muy difícil que la pueda cambiar. De hecho, hay muchas cosas que se deben mejorar, empezando por mayor digitalización de los procesos, pero hablando desde afuera y sin experiencia, sin entender los principios básicos de Derecho Administrativo, Contabilidad Gubernamental, Presupuesto Público y marco Constitucional, es bastante poco lo que se puede hacer.
Obviamente, el pueblo tiene el derecho de no escoger a funcionarios que han administrado mal o han sido señalados por corrupción y a exigir que no sean nombrados. Pero de allí a decir que la experiencia no importa, hay una distancia enorme. Esto último simplemente es una flagrante mentira.
Séptima afirmación: La gente joven o nueva en política es mejor
Otra vez la generalización. No es verdad que las personas de más edad y con más tiempo de estar participando en los gobiernos, son por naturaleza más corruptos y que la gente joven no lo es. Simplemente ello no es verdad. Hay de todo, no importa la edad. Tantos los funcionarios públicos como los que no lo son, provienen de la misma sociedad, no importa la edad. De hecho, hay un perfil de jóvenes “juega vivo”, muy cercanos a los presidentes de las últimas décadas, que se han encargado de demostrar que la juventud en altos cargos sabe perfectamente armar tramas corruptas de alto vuelo.
Por otro lado, se ha generalizado en Panamá eso de que al afirmar “yo no me meto en política”, se tiene una distinción especial. Me parece un absurdo, porque participar en política es parte del rol de ser ciudadano. No puede ser por naturaleza algo malo, salvo que obviamente la participación política sea con objetivos ilegales, pero ello no se presume. Es más, yo sospecharía de aquellos ciudadanos que nunca han participado en la vida política del país. Ello no es una virtud. Al contrario, no participar demuestra poco interés por el país y quita autoridad para criticar.
En mi experiencia política he visto a mucha gente que precisamente no se comprometen con ninguna corriente política, nunca participan, pero le piden favores a todo el mundo y precisamente por ello no se identifican con ninguna. Evidentemente que no podemos generalizar.
Octava afirmación: Todo lo que no me gusta de los protagonistas de la vida pública es corrupción
Sin entrar a clasificaciones técnicas de Derecho Penal, digamos que corrupción, como arriba mencionamos, es el uso del acceso al poder para obtener beneficios ilegales de los recursos públicos. Es decir, sustracción, para beneficio propio o de terceros, de algún recurso público, mediante alguna figura de trampa o violación a la Ley. Hasta allí.
Sin embargo, en Panamá el discurso politiquero anticorrupción en su afán de promover la ira, cataloga como corrupción a todo lo que no les gusta. Eso es demagogia. Si un político lleva una vida amorosa afanada o a un funcionario público le gustan las fiestas populares, es corrupción. Si un diputado presenta un proyecto de ley inútil es corrupción. Si otro diputado utiliza su periodo de incidencias en la Asamblea para un discurso que no aporta nada bueno al país, es corrupción. Y así nos vamos.
Como ciudadanos tenemos el derecho de criticar y que no nos gusten muchas cosas de las figuras públicas. Pero es muy peligroso que digamos que todo lo que nos desagrada es corrupción. Porque la corrupción lleva implícito un señalamiento de delito o de ilegalidad que tiene un alto nivel gravedad.
Novena afirmación: Las deficiencias del sistema de justicia en castigar la corrupción, otorga derecho al ciudadano honesto a linchar mediáticamente a los corruptos
Nuestro sistema de justicia ha dejado muy mala impresión en su eficacia para investigar y condenar los actos corruptos. Esa percepción es generalizada en Panamá. Y algo de cierto debe tener cuando vemos que los mismos hechos ya investigados y condenados en otros países, aquí no avanzan, siempre se trancan y algunos hasta quedan prescritos. Es normal que eso genere frustración y hasta promueva más corrupción porque se siente el sabor de que nunca hay consecuencias por los hechos corruptos.
Partiendo de allí el discurso demagógico y politiquero anticorrupción genera y promueve una especie de justicia por propia mano. Se justifica que la deficiencia del sistema de justicia sea reemplazada con un libertinaje absoluto en los medios de comunicación, para estar calificando de corruptos, a diestra y siniestra, a todo aquel que sea seleccionado como tal por los que se consideran pulcros.
El sistema de justicia debe ser reformado. La sociedad entera debe exigir ello. Pero mientras eso se logre, la solución no puede ser la promoción de una cultura de señalamientos indiscriminados, donde muy probablemente puedan quedar pagando justos por pecadores y hasta se puede estar sembrando el germen de la violencia fratricida, porque toda acción trae una reacción.
Décima afirmación: Si eliminamos la corrupción y las botellas, el presupuesto alcanza
Nuestro presupuesto siempre ha sido un modelo de mala gestión. Empezando porque desde siempre se han inflado ingresos para equilibrarlo. Es indudable que al final del año, cuando se analiza el presupuesto real que se ejecutó, un buen administrador tecnócrata y no politiquero, encontrará gastos de funcionamiento y de inversión que no eran prioritarios para el país.
Aunque es evidente que hay mucha “grasa que cortar” y que es obligatorio que ello se haga, hoy en día no se sabe si eso sea suficiente para que las cosas funcionen, entre otros motivos, debido a lo siguiente:
- El presupuesto público de Panamá se financia de forma exagerada con deuda. Mucho de los recursos que se podrían estar desviando para actos de corrupción y despilfarro vienen de esa deuda. Como el tema de la deuda ya está fuera de control, muchos de los recursos que hoy se despilfarran, muy probablemente no debieran ser reemplazados con más deuda y no podrían ser usados para otros destinos, dado que deberían producir una reducción de los ingresos presupuestarios y por ende en el tamaño total del presupuesto.
- Aunque existen modelos que permiten estimar razonablemente cuánto del presupuesto se desvía por corrupción, usando como referencia los porcentajes comprobados en casos de sobrecostos judicializados, yo no conozco que en Panamá se haya hecho un estudio así. Solamente si tenemos una estimación razonable de ese monto y lo comparamos con las necesidades no atendidas y teniendo controlado el déficit, podremos saber si la reducción de la corrupción realmente será suficiente.
- Se habla mucho de que se inflan las planillas. Yo creo que eso es real. Pero en el incremento del gasto de funcionamiento siempre tienen un peso grandísimo las leyes especiales, incrementos de categorías, conquistas de huelgas legalizadas de grandes masas de empleados públicos de maestros, médicos, enfermeras, policías, bomberos, etc. Si comparamos el incremento anual de esos aumentos automáticos vs. los nombramientos innecesarios, podrían salir sorpresas. Cuidado que los aumentos automáticos tienen más peso.
- Como nuestro presupuesto es desequilibrado, hay sectores mal atendidos en inversión y funcionamiento. Una correcta administración no necesariamente debe eliminar todas las posiciones y gastos de inversión innecesarios de unos sectores, sino que también debe evaluar trasladar parte de ese gasto para los sectores que en justicia sí lo necesitan. Esto no trae ahorro global.
Por todas estas razones no podemos saber a ciencia cierta si la obligatoria reducción de la corrupción y de las botellas será suficiente para que el Estado funcione.
Evidentemente esa reducción tiene que aportar, pero un estudio desapasionado del panorama debe recordar que para aumentar los recursos disponibles para un presupuesto, no solamente existe la opción de la reducción de gastos, sino que también está el brazo de los ingresos, sobretodo en Panamá que es un país que está entre las jurisdicciones con menor presión fiscal de América Latina y tomando en cuenta la situación extraordinaria de la quiebra del sistema de pensiones.
Una definición sencilla de “demagogia” que nos da la RAE dice: “Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”. En esta materia del presupuesto, el discurso politiquero anticorrupción exhibe su más profunda demagogia, porque sus voceros halagan al pueblo diciéndoles que no se preocupen, que con solamente eliminar la corrupción los recursos alcanzarán para atender maravillosamente las necesidades públicas. Y eso al día de hoy no se sabe si es cierto. Dada las circuntancias reales, la movilización de recursos dentro del país, para atender las necesidades públicas no es algo que se pueda descartar, aunque se lograra de forma mágica el nivel de “cero corrupción”.
Reflexión final
Lo primero que concluyo es que el discurso politiquero anticorrupción, de tener éxito electoral, no podrá eliminar la corrupción y que lo único que busca es dar el Sorpasso, esto es: están tratando de radicalizar el hartazgo, promover el espíritu de linchamiento en plaza pública, crispar a la sociedad para generar una ola de cabreo tan generalizado, que les permita montarse en esa ola y “surfearla” para asaltar el poder público sin planes reales de nada.
Electoralmente nadie sabe que va a pasar. No obstante, lo que veo hasta hoy es que hay algunos signos de que el discurso politiquero anticorrupción está aislado y no está conectando con el votante. Las encuestas políticas presidenciales desde hace más de un año colocan en las posiciones de liderazgo figuras que representan todo lo contrario del discurso politiquero anticorrupción. La cantidad de personas inscritas en los partidos llamados “tradicionales” de forma despectiva, no hace más que crecer.
Además, las figuras que han acaparado el liderazgo supuestamente “independiente” para presidente, en su abrumadora mayoría, son personas que todo el mundo sabe que representan facciones de los partidos políticos “tradicionales”. Cada uno de los principales 6 contendores de esa carrera, ha sobrepasado en respaldos, a los adherentes del único partido que se cree representa a los “verdaderos independientes”.
El muy exclusivo, supremacista ético y excluyente discurso politiquero anticorrupción se está quedando atrás. Y eso es una gran lástima, porque estoy convencido que este sector también lo conforman mucha gente bien intencionada que de verdad quiere un cambio para este país y que es importante que sigan aportando al debate público. Pero para que ello se pueda lograr, evidentemente tienen que hacer ajustes, hacer gala de humildad y aprender que el arte de la política es tratar de buscar consensos. Todavía están a tiempo. Tómenlo como consejo.