Tuve un amigo que, cuando presentaba a su mujer siempre decía: “Aquí mi costumbre”. Si acaso notaba cara de extrañeza, se detenía un instante explicando que en su costumbre no se adormecía la rutina, sino una despojada manera de vivir de todo lo que no fuera ella.
Hay otras maneras de acostumbrarse que frenan la creatividad, enmudecen los sueños y enloquecen las esperanzas. Esas costumbres no son buenas para nadie, aunque nos permitan una comodidad aburguesada e inútil. Fermín Herrero, en su libro Sin ir más lejos, nos deleita y nos advierte:
-“Cuando se lleva un rato en la pocilga
no huele mal.
A menudo, hasta el crimen
se glorifica. Calla el viento en los cipreses”.
No sería bueno que, por cansancio o por desinterés, nos acostumbrásemos a vivir en los muladares como si fuesen jardines mal sembrados y llevar, incluso, en la solapa alguna de sus rosas.