(Unos versos a modo de oración)
Buenos días, Señor.
Venía casi todas las tardes, últimamente ya sin dentadura, a pedirme un euro para droga.
Yo le regañaba como se corrige a un prisionero, dulcemente.
Llegamos a tal intimidad que no nos era necesario esconder La tristeza.
Carlos dejó de comer, dejó de pensar en mejorías porque ¿a quién que lo escuchara podía él entregar el esfuerzo de una recuperación que a nadie interesaba?
Lo dejó todo, menos una vieja cartera con la foto de su hija estremecida, ausente,
llena de babas y de lágrimas, de besos, que sólo pudo darle sin reproches
después del hilo blanco de la coca.
Dicen los poetas, Señor, que sólo son locos los que se fían de la mansedumbre de un lobo, de la salud de un caballo o del amor de un muchacho.
Esta mañana lo han encontrado muerto, Señor, junto a la papelina y los olvidos, parece ser que con los ojos abiertos, como si de pronto lo hubiese visto todo, en busca de su niña.
Apenas si sabemos que se llamaba Carlos.