Los vivos somos como somos, y como estamos siendo, hasta que nos llegue el final, que será como una luna de negro amortajada. He escuchado estos días agravios que pudieron ser reales, señalamientos que no corresponden a dignos periodistas, autoproclamados jueces de sus posibles desvaríos: todos tenemos el tejado de vidrio. Y un muerto, respetando su ausencia, reclama silencio, olvido de lo mal hecho y barniz a lo conseguido.
De Julián Muñoz se ha hablado y escrito demasiado alrededor de su muerte: que si fue que si vino, que si volvió a casarse con su esposa divorciada, que si fue despojado de todo por amor, que si fueron su ruina las coplas, que si las bolsas de basura repletas de sobornos… cualquiera sabe la honda verdad de nadie. En cristiano, todo merece perdón cuando se pide.
Julián Muñoz ha muerto revestido con los Santos Sacramentos porque él solicitó la misericordia divina y la recibió un día antes de morirse, gracias a la preocupación espiritual de su abogado y a la libre decisión de su fe.
Quizá este dato no sea primicia, pero es el más importante.
pedrouve