Joan Manuel Serrat no suele hablar de legados. Ni de homenajes. Pero este jueves, con una emoción visible y una sonrisa nostálgica, el cantautor catalán ha hecho algo que quedará en la historia: ha entregado al Instituto Cervantes una parte de su vida, sus recuerdos más íntimos y simbólicos. Lo ha hecho sin pretensiones, con la humildad de quien nunca pensó en dejar huella, pero cuya obra ya forma parte de la memoria colectiva.
El artista ha depositado en la caja 1.276 del Cervantes cuatro objetos cargados de significado: la partitura original de Mediterráneo, su primer disco de 1965 —que, según ha contado, ya se está “desintegrando”—, una antología poética de Miguel Hernández que compró “de contrabando” en Madrid, y su máquina de escribir. “Nunca he hecho nada pensando en que iba dejar un legado a nadie”, ha confesado Serrat.
Conmovido, ha reconocido que siente al desprenderse de esos objetos, aunque no ha perdido su habitual sentido del humor. “¿Se pueden volver a sacar algún día? Aunque sea para pasearlos por el Retiro y luego devolverlos”, ha bromeado entre risas.
El acto ha tenido lugar en la sede del Instituto Cervantes y ha culminado con la entrega a Serrat del XXIX Premio Antonio de Sancha, que concede la Asociación de Editores de Madrid. En su discurso, ha agradecido el reconocimiento con una frase tan poética como demoledora: “Gracias por darme el homenaje, que es dejarme en vida entre tan buenos muertos”.
Serrat ha valorado el poder simbólico del acto de depositar estos objetos en una caja fuerte. “Es estupendo utilizar las cajas del banco central para depositar cosas más importantes que las que hubo depositadas en sus tiempos. Sueños, fantasías, pensamientos, arte, pero arte vivo. Arte de aquel que pueda estar en contacto con la gente”, ha reivindicado.
Junto a él ha estado su esposa, Candela Tiffón, y ha contado con la compañía de figuras como el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero; el presidente de la Asociación de Editores de Madrid, Manuel González Moreno; la exministra argentina Susana Malcorra y la tesorera de los editores, Mónica González Navarro.
Este gesto de Serrat no es solo una entrega simbólica: es una forma de asegurar que la poesía, la música y los sueños que marcaron generaciones seguirán latiendo en algún rincón de nuestra cultura, encerrados, sí… pero más vivos que nunca.