Hoy: 23 de noviembre de 2024
Perfumaba y se deshacía en blancos el jazmín de mi infancia. En nuestro patio de niños se cobijaba un jazmín debajo de la ventana y por la tarde se llenaba de avispas que iban, poco a poco, a desangrar la juventud de su blancura.
Ahora recuerdo con paz aquellos años en que una planta sembrada en la maceta nos parecía el inmenso jardín que la primavera había creado en nosotros. Ahora sé también que ese perfume ha sido, secretamente, la armonía de mi palabra.
Sobre la piel del patio, la nieve menuda del jazmín aquel refrescaba las noches en las que era muy difícil comprender por qué al amor de quince años, fogoso, el mismo que aparecía en el compás de los primeros bailes, no era capaz de mantener su fuerza al día siguiente. Se me desmejoraba con esto el pensamiento entre el vaho infantil de un cigarrillo tierno.
Hace ya algunos años vi jazmines en el franciscano jardín del Cenáculo donde siguen, después de dos milenios, con las puertas cerradas por miedo a los judíos… me consta que más de una vez, sin éxito, israelíes y palestinos intentaron poner en la punta del fusil una biznaga.
En las solapas de la vida, cuando menos joven se es, conviene recordar que los jazmines representan la juventud de un tiempo, que no se detiene ni siquiera al sentirse convocado por el fino perfume de sus alas pequeñas.
Soñando en detener la hermosura se le fue a más de un poeta la vida, la vida…
Fugaz como todo es el jazmín. Fugaces los años en los que, a su paso, vitoreaban a algunos próceres de nuestro tiempo y ahora no pueden salir a la calle por la agudeza de los pitidos… ¡Estos chicos que solo escuchan la COPE –dijo con claridad el ofendido–. Y yo me permito añadir: deberían llevar jazmines en los labios para que fuese más blanco, más perfumado el improperio!…
Miguel Hernández vio que los dientes apenas de su hijo eran jazmines adolescentes.
Eso, eso, adolescentes son todos aquellos que no quieren aplaudir a quien tan manifiestamente se lo merece.