El ciervo vulnerado no es el que huye, sino el que embiste. De ahí que, cuando se clava un arpón en el pecho de un animal que tardará en morirse, preferible es apartarse del malherido porque la primera iniciativa del dolor es la feroz venganza con el primero que se encuentre.
Tan bien guardados están en el Gobierno los pañuelos que nadie saca los suyos para despedirse. Al contrario, cuando más sangre derraman por las heridas abiertas, más leyes putrefactas (que diría García Lorca) se sacan de las mangas manchadas por el desprecio de todos, incluso de los suyos. La última Ley de Enjuiciamiento Criminal del ministro con risita de conejo en desbandada, reclama urgentemente el vigor de la colectiva intransigencia: si los delitos se colocan en manos de los fiscales y los fiscales dependen del Fiscal General, nombrado por el Gobierno, apaga y vámonos. El que debiera favorecer justicia promueve arbitrariedades insólitas que arriman el agua a su molino…
Como he leído en las “frases aplicadas” de este diario: Entre calé y calé no cabe la buenaventura, pero las consecuencias las sufrimos todos.
Pedro Villarejo