Abundan los suicidios entre adolescentes por sentirse irremediablemente extraños en este mundo turbio que les hemos proporcionado, por falta de ganas, entre todos.
A los diez años, preparando el examen de ingreso al bachillerato estudiaba en una academia familiar donde a nuestro paso tintineaban en las vitrinas las cucharillas de café y el polvillo azafranado de los olvidos. Allí se interrumpían las clases cuando algunos de los alumnos, sin querer, se había hecho daño. Cruzábamos entre nosotros pequeños deseos que siempre fueron regalo: Alfonso, Maruja, Maricarmen, Teresa, Angelito… nos preguntábamos la lección que en voz alta habíamos aprendido.
A nosotros llegaba la libertad cada mañana y se nos quedaba a dormir entre las manos igual que una mariposa sin destino. Los planes de estudio consistían en el respeto y en el empeño, como quien labra cestos de mimbre que habrían de trasladar cosechas esforzadas.
…Ahora, los mismos compañeros, usan los móviles para despeñar intimidades, para matar las inocencias de los más débiles. Luego lloran abrazados, pero ya es tarde.