Notre Dame ha vuelto a la vida tras ser devorada por las llamas hace cinco años. En tiempo récord y con una inversión de 800 millones de euros procedentes de subvenciones y donaciones, el milagro se ha obrado gracias a la titánica labor de 2.000 profesionales de 250 empresas que han utilizado las técnicas de la Edad Media, tal y como se levantó entonces.
Y con su reapertura, por cierto en un acto solemne al que han acudido cincuenta jefes de Estado, entre ellos Velodimir Zelenzki y Donald Trump, ha surgido un debate en Francia: ¿habría que pagar entrada para visitar el monumento por el que pasaban 14 millones de turistas cada año antes del siniestro? Hasta ahora era gratuito y la idea es que una pequeña aportación sirva para su mantenimiento.
El debate supera los límites del templo francés y alcanza al resto de las catedrales. Para visitarlas en la actualidad hay de todo. Las hay con entrada gratuita, las hay que piden una aportación tan módica como 1 euro para ayudar a su mantenimiento, y las hay tan abusivas como la Sagrada Familia de Barcelona que cobra 26 euros por acceder al templo y a la fachada posterior.
Yo he pagado por verla y francamente no volvería a hacerlo. Me parece un abuso, por bonita que sea, cobrar esa cantidad cuando por ejemplo acceder a La Alhambra, que está a años luz en inmensidad artística e histórica, solo cuesta 15 euros, 10 si es en grupos organizados y para los menores de edad, solo 2.
Dicho eso, creo que sí es necesario que por visitar monumentos como una catedral se abone una cantidad razonable que ayude a su conservación y mantenimiento y Notre Dame no puede ser una excepción. Velar por el patrimonio público es responsabilidad de las instituciones, y conservar y preservar el patrimonio privado necesita de la colaboración para no caer en el abandono y su progresivo deterioro, como ha ocurrido y ocurre con demasiada frecuencia.