Hoy: 10 de diciembre de 2024
Cristina Carretero González, Profesora en la Facultad de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas. Madrid
“Mi crush está mamadísimo, pero es un boquerón”. Creí que no había escuchado bien cuando pasaba al lado de un grupo de jóvenes de entre 16-18 años. Como se repitió la frasecita, me quedó claro que yo había escuchado bien, pero que no había entendido una palabra.
Comencé por el ámbito comunicativo del Derecho, en el que continúo con ilusiones renovadas, estudiando cómo podemos los juristas comunicarnos apropiada y claramente con cualquier otra persona, ya sea entre nosotros juristas, con nuestra jerga jurídica, ya sea con los demás, convirtiendo lo técnico en sencillo. Después, la profesión me ha llevado a investigar la claridad expresiva en distintas áreas del conocimiento, para lo que investigo, escribo y practico la comunicación en diversos ámbitos. La que trato hoy es la de la comprensión entre generaciones.
Hace unos meses me invitaron a dar una charla en un colegio de Madrid. Trataba sobre cómo hablar y escribir para que nos entiendan. Los estudiantes presentes tenían entre 16 y 17 años y también se hallaban en la sala algunos de sus profesores. Repetí la frase con la que iniciaba estas líneas y pregunté a los estudiantes que si la entendían. Unanimidad: todo claro. Después pregunté a sus profesores. Unanimidad: ni idea.
¿Qué ocurría? Podemos pensar en numerosos factores, pero ahora me centro en uno de ellos: la jerga (o jerigonza) producida entre personas de la misma generación y la, en ocasiones, falta de comunicación intergeneracional. En definitiva, la brecha generacional en la expresión, hablada y escrita, básicamente.
En primer lugar, la utilización de jergas constituye un fenómeno reiterado en las diferentes generaciones. Hoy día, para entendernos entre las distintas ‘tribus’ (en el mejor sentido), lo práctico es preguntar a la propia fuente, o a personas de edades semejantes, o bien, que consultemos en internet las palabras y expresiones que desconozcamos.
Por eso resulta del todo atinado y útil que se cree un diccionario para ‘boomers’ con una recopilación del lenguaje de los adolescentes y que se publiquen vídeos en distintas plataformas para ayudarnos a que comprendamos los ‘boomers’ y otros ‘no boomers’.
¿De qué generaciones hablamos? No busquen unanimidad en las fechas para saber si son de una u otra generación. Entre los autores más citados, hallarían a William Strauss y Neil Howe, quienes se refirieron a cambios generacionales o cíclicos de aproximadamente 20 años (arriba o abajo). En estos cambios, resulta determinante el contexto social; así, hay periodos que representan más a una sociedad, como la norteamericana que describen estos autores, que a otras, como la española, por ejemplo, de la que, por cierto y entre otros, ya tratara Ortega y Gasset.
En todo caso, por poner números, demos por aproximados y válidos estos años de inicio de generación: 1925, para la silenciosa; 1946, para la del ‘baby boom’ o ‘boomers’; 1965, para la generación ‘X’ (aquí ya se iban acabando las letras de nuestro alfabeto); 1981, para la generación ‘Y’ o la de los ‘millenials’; 1997, para los ‘centennials’ o generación ‘Z’ (fin del alfabeto); 2010, para la generación ‘alfa’ (comenzamos ya el alfabeto griego), la primera nacida totalmente en el siglo XXI.
Se ha recogido una encuesta elaborada por la plataforma Babbel. Según la misma, un 60,5% de las personas de entre 40 y 54 años tiene dificultades para entender la jerga de generaciones más jóvenes. Se indica, además, que un 88% de los ‘centennials’ utiliza frecuentemente palabras, expresiones y acrónimos de lengua inglesa. De este modo, gran parte de los encuestados de la ‘Generación X’ piensa que las generaciones más jóvenes no utilizan un lenguaje adecuado; de estos encuestados, el 56% considera que esta ‘generación Z’ está “perdiendo” el castellano, y el 82% cree que se habla peor por el uso de anglicismos. La verdad es que muchos queremos entender y nos esforzamos, aunque no siempre lo veamos claro.
Si escucho a Rosalía en su canción ‘Motomami’ cantando: “Okay Motomami, pesa mi tatami, hit a lo tsunami, Ohhh… Okay Motomami, fina la origami, Cruda a lo sashimi, Ohhh…”, primero me veo mirando con los ojos de mi abuela sin pronunciar, pero diciendo entre suspiros: “juventud…”. Y cuando estoy a punto de tirar la toalla del entendimiento, pregunto a varios jóvenes que qué quiere decirnos la cantante. El alivio llega con un tranquilizador: “ah, no, yo tampoco entiendo nada”, y añaden algo del tipo: “pero es lo de menos”; y yo, un: “ah, bueno”. Todo bien.
Al fin y al cabo, nosotros tarareamos el “abanibí aboebé” sin tener la menor idea de qué nos cantaba el eurovisivo intérprete israelí en 1978. También decíamos “efectiviwonder”, “guay del Paraguay”, “chachi” (solo o con “piruli”) y otras expresiones que tampoco entendían muchos mayores. Cinco años más tarde, Alaska y Dinarama cantaban al Rey del glam, ese que vestía con “hombreras gigantescas, glitter en el pelo, esmalte de uñas negro, leopardo y cuero”, ese que se había “quedado en el 73 con Bowie y T-Rex”. ¿Glam? ¿Glitter? ¿T-Rex? Pues claro que sí. Hasta las enormes hombreras eran seña identitaria, sin más.
Lo que me sugiere todo esto es lo positivo de ampliar horizontes, de intentar acercarnos, ser curiosos y aprender. Porque eso es tender puentes e interesarnos por ellos, por esos jóvenes que tienen y tendrán siempre su jerga y sus propias señas de identidad. También espero que esos puentes sean de doble sentido, para todas las generaciones que lo transiten, y que los jóvenes también intenten comprender las jergas de sus mayores.
“Mi crush está mamadísimo, pero es un boquerón” sencillamente quería decir que su amor platónico está muy cachas, pero que todavía no se ha enrollado con nadie. No es necesario que con otras edades hablemos en esos términos, porque sería una ridícula impostura, pero el conocimiento no sobra.
Ese diccionario de ‘boomers’, vídeos explicativos y otros medios nos ayudan fácil y rápidamente a entendernos. No rechacemos jergas, no nos autolimitemos y con ello ahondemos en la brecha. Vamos a rellenarla comprendiendo. Se trata de curiosidad, de estar al día y, lo mejor, de interés por los demás, porque hablando sí se puede entender la gente.