García Lorca en Buenos Aires. Capítulo XXIII y penúltimo

18 de marzo de 2024
10 minutos de lectura
Retrato de Federico García Lorca en Granada, 1919 | Fuente: Archivo de la Fundación Federico García Lorca.
LA MUERTE LE VINO RECORDÁNDONOS. ( y 2)
EN LA HUERTA DE SAN VICENTE

Testifica Martínez Nadal que aquella despedida en la estación tuvo un presagio de fatalidades: un extraño personaje, que Federico advirtió con desprecio, se cruzó con él en el pasillo de los coches-cama.

Casi todos los investigadores coinciden en señalar que se trataba de Ruiz Alonso, el ex-diputado de la CEDA: Ian Ibson, sin embargo, asegura que no pudo ser Ruiz Alonso el compañero de viaje ya que ese día, yendo para Granada, había sufrido un accidente automovilístico. Suceso que acredita IDEAL al día siguiente.

Respetando las dudas entre si García Lorca llegó o no el 17 de junio a Granada, aseguramos que el 18, fiesta de san Federico, muy celebrada en su casa, el poeta estaba en la Huerta de San Vicente felicitándose con su padre en medio de la mesa familiar llena de regalos y sobrinos. A la hora de los besos se nota la ausencia de Isabel y Francisco, sus hermanos. Isabel está en Madrid y Francisco en Bruselas.

El 18 de julio sería trágicamente distinto para la casa de los Lorca y para España: En la madrugada, el general Franco, apoderado del control de Las Palmas de Gran Canaria, lanza por radio su primer discurso proclamando EL MOVIMIENTO NACIONAL.

José Valdés Guzmán, comandante y falangista, asumía el 20 de julio el Gobierno Civil de Granada. De aspecto enfermizo, resentido y cruel, más preparado para la venganza que para el encuentro, el comandante Valdés conocía perfectamente los sitios de Granada donde podían esconderse los enemigos. José Rosales “camisa vieja” y cabecilla falangista, lo había recomendado para el puesto, y Valdés sintió de pronto su oficio como si en sus manos hubiesen depositado la salvación de España. Inculto y loco, carismático a su manera, el nuevo gobernador decidió el destino de muchos granadinos desde la sede privilegiada de la Calle Duquesa.

García Lorca sigue en la Huerta de San Vicente acosado por el miedo. Los sublevados, después de sostener duros combates con “los rojos” en las estrechuras del Albaicín, campean como libertadores por Granada. Y se sienten más dueños aún después que IDEAL publicara el 22 de julio en sus páginas:

“La conducta criminal de unos forajidos que desde el Albaicín perturban la vida de Granada, en los últimos estertores de su fracasado intento de devorar a nuestra España, va a tener fin; siguiendo las normas del último bando, del que Granada ya tiene conocimiento, vuestras valientes Fuerzas de Asalto, Infantería y Artillería, han hecho acto de presencia para acosarlos en sus cubiles de fieras. Espero de la seguridad de los granadinos no se alarmen ante nuestros propósitos de que Granada disfrute, al fin, de la calma de sus incomparables noches.

Vuestro Comandante Militar con vosotros en un ¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Viva Granada!

Los sublevados ajustician por su cuenta, abren la intimidad de las familias buscando la punta de viejísimos odios, entran en las casas acuchillando la impotencia. Sobre todo, los que militan en la terrible “escuadra Negra”: una larga lista de asesinos con nombres de cantaores flamencos (“El Chato de la Plaza Nueva”, “Paco el motrileño”, “El afilador”. . .) que trabajan con la silenciosa complicidad del comandante Valdés y que, según nos cuenta Claude Couffon en su libro, eran temidos en Granada por sus “paseos”.

“Las operaciones de limpieza practicadas por ‘La escuadra Negra’ tienen un nombre evocador: el paseo. Se desarrollaba siguiendo un procedimiento tan característico que bien se puede hablar de método. Para el hombre puesto en la mira de los verdugos, todo comienza con la frenada brusca de un vehículo en la puerta de su casa, generalmente a altas horas de la noche. Después gritos, insultos, y pasos en la escalera, cuando se vive, como sucede en los barrios populares, amontonados en todos los pisos. Finalmente una andanada de puñetazos contra la puerta. Y es la escena atroz: la madre que se pega al hijo e implora a los torturadores, quienes la rechazan a culetazos; los hijos y la mujer que lloran sobre el pecho en que apuntan los fusiles. El hombre, vestido a la ligera, es empujado brutalmente precipitado en la escalera. Un motor ronca, un vehículo parte. Detrás de las persianas cerradas de la casa, vecinos y vecinas espían y piensan que mañana les puede tocar el tumo. A veces la salva de fusiles estalla en la misma esquina, o simplemente en la acera. Y la madre o la esposa pueden descender, saben que sólo encontrarán el cadáver. Pero que no salgan demasiado pronto, pues en tal caso puede suceder que suenen otros disparos, haciendo rodar su cuerpo sobre el cadáver que venía a recoger”.6

Un grupo de hombres de “La escuadra Negra”, o afínes a ellos, se presentaron en la Huerta de san Vicente buscando al hermano de Gabriel Perea, casero de la Huerta, acusado de un crimen imaginario. Y allí se encuentran con Federico, que es insultado groseramente (en una segunda visita registrarán sus dependencias) y, con encendidas amenazas para el poeta, se despiden dejando el pánico en la familia.

LA CASA DE LOS ÁNGULOS Y EL RECUERDO

Con el pretexto de una supuesta emisora clandestina que, según los sublevados, ocultaba Federico para misiones de espionaje, por la Huerta de san Vicente merodeaban perfiles siniestros. La familia García Lorca se reúne buscando la seguridad del hijo perseguido. En casa de Falla podría estar a salvo, con el maestro no se atreverán, pero Federico tiene todavía la espina de la Oda. Quizá sea lo mejor avisar a los Rosales, ellos son hombres de Falange, la sospecha no los alcanzaría. Y Luis, después de una llamada telefónica, se presenta en la Huerta dispuesto a ayudar a su amigo. Luis Rosales propone a Federico cruzar el frente de “Los Nacionales”, con otros lo había conseguido fácilmente. . ., pero Federico no sabría que hacer solo en la otra orilla y le pide como respuesta una habitación de su casa.

Los Rosales viven en el número uno de la calle de Angulo, en el centro de la bella ciudad andaluza. Una casa de familia acomodada, con toldo, patio de fuente en medio y columnas, y dos pisos bajos que defienden los calores de Granada. Don Miguel Rosales posee unos almacenes de paquetería en la Plaza de Bib-Rambla, y doña Esperanza, su esposa, alienta el espíritu antirrepublicano de sus hijos bordándoles las flechas de la Falange en el azul de sus camisas. José, Antonio y Miguel están en el frente. Gerardo y Luis son más poetas y sólo conocen la guerra de las palabras buscando un orden de belleza. Sobre todo Luis, que ya había publicado Abril, un libro lo suficientemente hermoso como para olvidar con su lectura la tragedia de España.

A casa de los Rosales llega Federico García Lorca con su presagio escondido que hace olvidar, a ratos, la única hija mujer de la familia, Esperancita. El poeta se instala en el segundo piso, donde también vive doña Luisa Camacho (la tía Luisa), hermana de la dueña de casa. Las últimas tres mujeres en la vida de Federico trataban por todos los medios de poner paz en sus presentimientos. Y es fácil imaginar al poeta cantando o recitando para disimular el golpe de las bombas en la madrugada.

El operativo que detiene a Federico para su traslado final a la muerte, es conocido y recordado por casi todos los libros que tratan minuciosamente el tema:

Ruiz Alonso —el obrero amaestrado de la CEDA, nominado así por José Antonio Primo de Rivera— llega a la casa de los Rosales con una compañía del Ejército en una espectacularidad desacostumbrada, y rodean la manzana. Al entrar el ex-diputado doña Esperanza se queja por ser su familia de las más destacadas en la sublevación.

Están tomando el té a esa hora, Ruiz Alonso se invita a la merienda mientras el poeta cambia su pijama por el traje de la despedida. Insiste doña Esperanza en llamar a sus hijos, porque García Lorca es su huésped, no está escondido. Lo intenta inútilmente. Al fin, las últimas palabras del poeta, más dichas con la angustia de los ojos que salidas de los labios: “Recen por mí al Sagrado Corazón, yo acabo de hacerlo”.

En el marco final de los últimos días de Federico en casa de los Rosales, sólo Ian Ibson señala algo que es motivo de este capítulo: el poeta, esperando su detención contaba a Esperancita (su divina carcelera) anécdotas y sucesos de Buenos Aires7. De ahí que sea, no sólo poéticamente verdad, sino auténtico aquello de LA MUERTE LE VINO RECORDANDONOS.

No te lleves tu recuerdo.

Déjalo solo en mi pecho.8

El pecho gigante de Buenos Aires cupo en aquel estremecimiento de Federico a la hora del valor, cuando se agolpan las nostalgias. Y el río, los aplausos en el Avenida, los amigos, aquella costanera, las noches de Palermo. . . fueron pulsaciones de su agonía, necesarias caricias para detener tanto olvido.

FUENTE GRANDE

La distancia entre el Sagrado Corazón de doña Luisa y el Gobierno Civil se recorre en no más de cinco minutos caminando.

Se le vió caminando entre fusiles

por una calle larga,

salir al campo frío,

aún con estrellas, de la madrugada.

Mataron a Federico

cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos

no osó a mirarle la cara.

Todos cerraron los ojos;

rezaron: ¡ni Dios te salva!

Muerto cayó Federico

—sangre en la frente y plomo en las entrañas—

. . . que fue en Granada el crimen

sabed —¡pobre Granada!— ¡en su Granada!9

Nadie ha podido escuchar la solitaria oración de Federico en ese recorrido.

—“Debe ser un error. ¡Soy católico!”. . ., clamaba sin cesar.

Pero el arranque de los coches y la satisfacción de los envidiosos no dejaron escuchar aquellas lamentaciones en el fanático muro de sus conciencias.

¿Dónde está la razón abominable, dónde la causa de esta tragedia señalada?

Ruiz Alonso, al quedarse sin la paga de diputado, pretende ser numerario de Falange con un sueldo de mil pesetas. José Antonio Primo de Rivera rechaza la propuesta y el cedista se venga de la Falange en la familia Rosales, ¡tan falangista!, llevándose al poeta y demostrando ser más poderoso que ellos. Apenas un enredo de “cuentas ajustadas” terminaron con la voz más clara de aquella generación inolvidable, sin tener Federico arte ni parte en el laberinto de las venganzas. Esta es la hipótesis más simple. La que pudo haber sido. Posiblemente la que fue. Otros autores creen, con fundamentos, que pueden ser otras y muchas las causas. Su hermana Isabel sospecha que a Federico lo mataron por sus ideas. . .

Al Gobierno Civil le llevaron a Federico cigarrillos “Camel” y una muda de ropa limpia para la mortaja. El cuñado/alcalde/ republicano del poeta, Manuel Fernández de Montesinos, ya descansaba en su sepultura. Valdés, el despiadado y obtuso gobernador, no sabe ahora que hacer con este tal Federico García Lorca, poeta de profesión, rojo de ideas y oscuro de costumbres, que tiene alojado en “su casa”. Llama a Queipo de Llano, el todopoderoso general de las mentiras, para pedir instrucciones. “Café, dale mucho café”, fue la respuesta que en el lenguaje de los criminales significa la muerte. . .

Y a Víznar se lo llevaron con el café caliente metido en el termo de las ametralladoras.

Quiero dormir un rato,

un rato, un minuto, un siglo;

pero que todos sepan que no he muerto;

que hay un establo de oro en mis labios;

que soy el pequeño amigo del viento Oeste;

que soy la sombra inmensa de mis lágrimas.10

En Víznar, destacado en el viejo palacio del arzobispo Moscoso, vigila la sublevación el capitán Nestares, en permanente comunicación con Valdés para recibir, como es debido, a “los huéspedes” que llegaban del gobierno. A Federico lo llevaron una noche en un automóvil que se detuvo instantes a las puertas del palacio-cuartel esperando reglamentar las documentaciones.

Vino la noche clara,

turbia de plata mala,

con peladas montañas

bajo la brisa parda.11

Víznar sube por la carretera de Murcia buscando la altura de las aguas. Junto a ellas, una casa escondida por la arboleda que servía de descanso en los veranos y que todos llamaban La Colonia: otra estación —para muchos la última— de este vía crucis innecesario de la guerra civil española. Dicen que Federico en La Colonia pidió un sacerdote. Los sublevados tenían a gala ofrecer asistencia espiritual a los que ellos destinaban para el sacrificio. Fueron a buscar al sacerdote, y el sacerdote ya se había retirado. . .

Solo tu sacramento de luz en equilibrio

aquieta la angustia del amor desligado.12

Solo, a solas con Dios. El único sacramento que recibió Federico García Lorca fue aquella mirada del Corazón de Jesús en casa de los Rosales, y la certidumbre que, comunicara a su amigo Moría en una carta: “Por muy humilde que yo sea, creo que merezco ser amado”. Por Dios, únicamente por Dios somos amados en la definitiva profundidad de la palabra, en los infinitos pedazos del espejo partido que es el alma del hombre.

De La Colonia se lo llevaron a dar “un paseo” con las estrellas. Por aquellas soledades sólo podían escucharse las soledades del agua, que nunca duerme, de la Fuente de las Lágrimas. Allí sigue, llorando sin consuelo todavía, costanera pequeña de Granada, arboleda en cristales de Palermo chico, diminuta Buenos Aires del beso iluminado, Fuente Grande y llorona, “fuente que mana y corre aunque es de noche”.

A la madrugada de la fuente debió llegar, tuvo que llegar, la más pequeña ternura, aún no escrita, con que Buenos Aires cerró los ojos del poeta: “No temas, Federico, que la muerte es un ratito y nada más”.13

Eran tres.

(Vino el día con sus hachas).

Eran dos.

(Alas rastreras de plata)

Eran uno.

Era ninguno.

(Se quedó desnuda el agua).14

NOTAS
  1. Gerald Brenan. El laberinto español. Ruedo Ibérico. París 1962.
  2. Ian Ibson. El asesinato. . . Pag. 59.
  3. La Voz. Madrid, 5 de abril de 1936.
  4. O. C. II Pág. 1022.
  5. Caminos abiertos por F. G. L. Ed. Hernando. Pág. 144.
  6. Claude Couffon. El crimen fue en Granada. Unv. Quito. Pág. 89.
  7. Ian Ibson. El asesinato. . . Pág. 179.
  8. O.C. I Pág. 579.
  9. Antonio Machado. Poesías Completas.
  10. O. C. I Pág. 581.
  11. O. C. I Pág. 596.
  12. O. C. I Pág. 768.
  13. Atahualpa Yupanqui. El canto del viento. Ed. Siglo XX. Pág. 103.
  14. O. C. I Pág. 283.

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