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García Lorca en Buenos Aires. Capítulo XIX

Última imagen que se conserva de Federico y Rafael Rodrpiguez Rapún, tomada el 28 de junio de 1936 en la verbena de San Pedro y San Pablo, en Madrid. | Fuente: Archivo de la Familia Rodríguez Rapún.

Una mujer desnuda (y II)

La sexualidad que se vivía culturalmente en la España de Federico era de represión. Mis padres me han dicho que todavía en el 45, cuando se pusieron de novios, hablaban de amor detrás de una ventana. Y en las iglesias, los hombres en un banco y las mujeres en otro. . . Represión todavía más fuerte en caso de homosexualidad. Esta realidad lleva a los que así se sienten al problema de un desordenamiento continuo, estando en la vida sin poder participar de ella:

“Dado que, por una parte, soy irreparablemente homosexual, y por otra irremediablemente refractario a la vida monástica, ¿en qué orden humano y espiritual se me concede que viva?. 10

En otro orden de cosas, la postura oficial de la Iglesia ante la homosexualidad puede verse perfectamente expresada en la Declaración de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, “Persona Humana” (1976), primer y único documento del magisterio eclesiástico moderno que trata directa y expresamente el tema de la homosexualidad. Esta declaración se sitúa claramente dentro de una postura globalmente condenatoria, aunque es justo reconocer que también se afirma: “Indudablemente las personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sometidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia”.(11)

En el 2024, sin embargo, las apreciaciones eclesiales apuntan muy favorablemente.

La Iglesia, sin embargo, que acogió o pudo acoger a Federico García Lorca no tenía esos criterios pastorales de acercamiento o de perdón: “Piénsese que únicamente a principios del s. XX se pusieron de acuerdo los moralistas sobre la no ilicitud de la búsqueda del placer moderado entre esposos fuera del acto conyugal”.

Y Federico era católico: 12

Dios te salve, Anunciación

bien lunada y mal vestida.

Tu niño tendrá en el pecho

un lunar y tres heridas.

¡Ay san Gabriel que reluces!

¡Gabrielillo de mi vida!

En el fondo de mis pechos

ya nace la leche tibia.

Dios te salve, Anunciación,

Madre de cien dinastías.

Quizá no practicara13, como la mayoría de los de su grupo, pero hay demasiados testimonios como para dudar de su fe. Sin ir más lejos, al llegar a Buenos Aires preguntó: “Dónde se dice aquí Misa bien”14. Admiraba y vivía las ceremonias de las catedrales. Su Oda al Santísimo Sacramento, aunque pudiera disgustar a espíritus pusilánimes, tiene, además de inigualable plástica, hondura de fe. Al marcharse para el Gobierno Civil, a un empujón de la muerte, ha rezado ante el Corazón de Jesús. . . Y lo que es más importante: es y se siente católico, “porque su partido es el partido de los pobres”.15

Conoce a san Juan de la Cruz, a quien lo exalta ante las sublimidades de Juan Ramón Jiménez y, cuando va de paseo con unos amigos por la Alhambra, se duele de que santa Teresa no haya conocido al Generalife porque, de haberlo conocido, en lugar de llamar castillo al alma, jardín lo hubiera llamado.

García Lorca es católico, aunque la sensualidad —tenía razón Green— hace la cama a la incredulidad. Por su sensualidad y otras razones de las que muchos hubiésemos sido culpables, su fe manifestada se va deshilachando en una actitud crítica que desorienta a los que sólo miran. Lo que no puede ver nadie son las raíces que quedan, inamovibles, serpentinas de gracia, en el secreto de estos hombres.

Todavía no se ha hablado de la oración de Lorca, pero puede servirnos de modelo ésta con la que Gide nos asombra:

“¡Señor, no dejéis que el Maligno ocupe vuestro puesto en mi corazón! ¡No os dejéis poseer, Señor! Si os retiráis por completo, se instalará él. ¡Ah! ¡No me confundáis del todo con él! No lo amo tanto como para eso, os lo aseguro. Acordaos de que he sido capaz de amaros!”.16

Y en otra ocasión:

“Ayer noche, cedí; como se cede ante el niño obstinado, para tener paz. Paz lúgubre, ensombrecimiento de todo el cielo. El infierno sería continuar pecando, a pesar de uno mismo, sin placer”.17

Una frase de Angustias, la hija mayor de Bernarda Alba, en el segundo acto, corrobora esta oración: “Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno”17bis. Apenas unos meses y quedó el poeta en paz para siempre.

André Gide sabemos que conoció la sexualidad fuera del clima del amor y esto produjo grandes desequilibrios en su persona y en su obra. Desconocemos cómo vivió Lorca la suya, sólo descubrimos, con un desgarro, que en nada o en poco le impidió ser un hombre feliz. Y los especialistas atestiguan que tampoco influyó decisivamente en su obra, a no ser por la apreciación distinta —diferente era su sensibilidad— con que desarrollaba los argumentos. Sí parece claro que la homosexualidad de García Lorca nunca rozó las aberraciones a las que pueden descender muchas personas que la sufren. Detesta, por ejemplo —lo vemos en su Oda a Walt Whitman—, la prostitución:

“Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos

gotas sucias de muerte con amargo veneno.

Contra vosotros siempre,

Faerias de Norteamérica,

Pájaros de la Habana,

Jotos de Méjico,

Sarasas de Cádiz,

Apios de Sevilla,

Cancos de Madrid,

Floras de Alicante,

Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!

Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores

abiertos en las plazas con fiebre de abanico

o emboscados en yertos paisajes de cicuta”.18

Federico lleva, como esperando a la novia que algún día vendrá, un puñado de rosas junto a lo oscuro de su pecho, intactas, perfumadas para el momento de la resurrección.

Resumiendo, podemos afirmar, por variedad de documentos y testigos, que García Lorca era homosexual, que se dolió de ello y lo escondió, como hubiera escondido a un títere leproso que danzase por el teatrillo de su alma. Que sentía la opresión de una sociedad implacable con “ciertos hábitos”, y de una Iglesia afín. Que supo distinguir muy bien a los “asesinos de palomas” de aquellos que no pueden ser responsables por una inclinación que se encuentran, de pronto, enredando su voluntad. Entre los segundos él estaba. Nada tiene que ver su vida con la que torpe y maliciosamente presenta el obcecado Schonberg.19

A la desnuda mujer de Buenos Aires —y a todas y a todos los que tiran piedras sabiéndose en pecado— estas palabras finales de Oscar Wilde, desde su cárcel de Reading, que García Lorca analizó en silencio una tarde en casa de los Moría: “La moral de Cristo es todo simpatía, precisamente lo que la moral debería ser. Si solo hubiera El dicho “sus pecados le serán perdonados porque ella ha amado mucho”, valía la pena de morir por haberlas pronunciado. Su justicia (precisamente lo que debería ser la justicia) es toda poesía. El mendigo que va al cielo porque ha sido desgraciado. No puedo concebir mejor razón para enviarle allí. Los hombres que durante una hora y en las horas frescas del atardecer han trabajado en las viñas perciben el mismo salario que aquellos que se han curvado bajo el sol ardiente, sobre la tierra, durante toda una larga jornada. ¿Y por qué no? Probablemente ninguno de ellos mereciera salario. ¿O es que tal vez eran diferentes? Cristo no soporta los tristes sistemas mecánicos inanimados, que consideran a los hombres como objetos, y a todos los tratan así; para El no existían leyes, sino simplemente excepciones, ¡como si todo ser o toda cosa no tuvieran, realmente, nada que se les asemejara en el mundo”. . .

“Como todos los temperamentos poéticos, El amaba a los ignorantes. Sabía que en el alma del que es ignorante hay siempre sitio para una gran idea. Pero no podía soportar a los necios, especialmente a aquellos cuya necedad es producto de la educación: gentes que están repletas de opiniones y no comprenden ni una siquiera; tipo genuinamente moderno, definido ya por Cristo, cuando le describe como el tipo del que posee la llave de la sabiduría, y no pudiendo utilizarla, prohibe a los demás el servirse de ella”. . .

“En cuanto a mí, sólo me queda por decirte una última cosa: No temas al pasado. Si la gente te dice que es irrevocable, no la creas. El pasado, el presente y el porvenir son tan solo un momento a los ojos de Dios, que son los ojos ante los que debemos intentar vivir”.20

NOTAS

  1. Marcelle Auclair. Vida y muerte. . . ERA Pág. 105.
  2. Ibd. Pág. 93.
  3. Luis Buñuel. Mi último suspiro. Pág. 64.
  4. Vicente Aleixandre. Encuentros. Ed. Guadarrama.
  5. E. Dolores de la H. Mujeres en la vida . . . Pág. 17.
  6. Ian Ibson. El asesinato. . . Crítica. Pág. 160.
  7. Praxis Cristiana II. Paulinas. Pág. 375-76.
  8. Homosexualidad: ciencia y conciencia. Sal Tearrae. Pág. 15, 17 y 129.
  9. C. Coccioli. Fabrizio Lupo. México 1964.
  10. Homosexualidad. . . Pág. 132-33.
  11. Ibd. Pág. 136.
  12. Me lo confirmó su hermana Isabel en una conversación celebrada en su casa de Madrid.
  13. O. C. II Pág. 936.
  14. Ian Ibson. El asesinato. . . Pág. 41.
  15. Charles Moeller. Literatura del S. XX y cristianismo I. Pág 176.
  16. Ibd. Pág. 143.
  17. O. C. I. Pág. 531.
  18. Schonberg. Federico García Lorca. L’HommeL’Oeuvre.
  19. Oscar Wilde. Obras Completas. Aguilar 1981.
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