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García Lorca en Buenos Aires. Capítulo XII

Federico García Lorca. | Museo de Historia

El duende de sus conferencias (1)

Invitado por la sociedad “Amigos del Arte” y por el reclamo de tantos amigos argentinos, Federico García Lorca dictó en Buenos Aires seis conferencias:

. Teoría y juego del duende

. La imagen poética de don Luis de Góngora

. Las nanas infantiles

. Poeta en Nueva York

. Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre

. El canto primitivo andaluz

Seis conferencias. Seis ángeles deshechos. Seis campanas. Cuatro muleros que van al río y dos caballos que él pone. Seis: una trinidad duplicada en la magia, de gesto y de voz, que ponía Federico a toda comunicación.

Insisten sus amigos en reconocer que cuando García Lorca “leía” en reunión algunas de sus obras, el personaje salía de los soñados escondites y era la triste voz de Mariana Pi­neda escapada de su tumba, o la inflexible Bernarda Alba envuelta en lutos, quienes cruzaban la sala en una representa­ción real y, al mismo tiempo, imaginada.

Aunque no gustaba de improvisar, rara vez Federico escri­bía sus conferencias. Como un predicador que se supiera el evange­lio de memoria, al poeta lo único que le interesaba era des­cubrir la atención y el pulso de los asistentes. Una mirada al público, a través del agua en el vaso de su mesa, era sufi­ciente para saber si aquella tarde acudirían iluminadas las pa­labras o si el bostezo inoportuno lo llevaría al desencanto.

Al entrar en la sala, aspiraba el aire para beberse el duende.

El teatro o el salón eran su plaza de toros donde se jugaba el pasodoble1 con una mala faena que nunca se permitió.

Encandilaba con su traje de luces, hipnotizaba con el revuelo en abanico de su capa. Y el estoque, que la mano y el ojo de­ben colocar en su equilibrio, lo acertaba Federico en las carnes ya olvidadas de los presentes.

TEORÍA Y JUEGO DEL DUENDE

Es la primera conferencia que el poeta pronuncia en Buenos Aires. Comienza pidiendo excusas por si aburre, y dora la purpurina de las voluntades colocando en ellas el arabesco de su imaginación poética.

Una cosa es ángel, dice, otra es musa. Y otra, una especie de grano de sal condimentando la vida, el duende. Goethe había dicho del duende: “Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica”. Federico, sin definirlo, nos va a aclarar qué es en esta conferencia. El rodea los ángulos del misterio, se acerca de puntillas con la palabra y, cuando va a rasgar el velo de la duda, prefiere dejarlo adivinado tras el encaje de las sombras.

“Tú tienes voz, tú sabes los estilos, pero no triunfarás nunca, porque tú no tienes duende”.

Este “saber no sabiendo” sanjuanista lo refiere Federico recordando una anécdota de Manuel Torres a un cantaor de Andalucía.

Porque tener duende es saber atravesar de perfil el ojo de una cerradura, salirse de su propio corazón en llamas o quedarse tan quieto, tan fuera de sí, que se detecte el sitio por donde va la sangre.

Con la cautela de un convencido sin palabras, García Lorca dirá que el duende no es un demonio, ni siquiera la voz inte­rior que guiaba a Sócrates, SINO EL RESULTADO DE LA LUCHA DEL HOMBRE CON LO MISTERIOSO DE SÍ MIS­MO. En estas direcciones nos explicamos maravillosamente cómo Lorca señala tres veces en su conferencia a San Juan de la Cruz y dos a Santa Teresa.

Según esta mentalidad de Federico, a la santa castellana no le transverberará su corazón un ángel (“porque los ángeles no atacan”) sino un duende fascinado por la ganancia de una mujer que ha sabido dejar a Dios en libertad. Y Góngora, igual que Garcilaso, tendrán que despojarse de sus laureles porque pasa Juan de la Cruz con la cacería de Dios en la pun­ta de su ballesta: “Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”.

Al lado de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa, pone Lor­ca a “La Niña de los Peines”, cantaora llena de copas de anís para resucitar al duende. Pastora Pavón, esta “Niña” con te­mor a despeinarse, sabe que su voz saldrá con pureza de heri­das si el duende despierta. Al lado pone también a Ignacio Espeleta, “hermoso como una tortuga romana”, a quien preguntaron una vez:

¿Cómo no trabajas?

Y él, “con una sonrisa digna de Argantonio”, respondió:

¿Cómo voy a trabajar si soy de Cádiz?…

Duende, finalmente, en labios de un hemorrágico torero salmantino:

Amigos que yo me muero;

amigos, yo estoy mú malo.

Tres pañuelos tengo dentro

y éste que meto son cuatro.

LA IMAGEN POÉTICA DE DON LUIS DE GÓNGORA

En Andalucía es común oír hablar poéticamente. Lorca había escuchado a un labrador granadino estas palabras: “A los mimbres les gusta siempre estar en la lengua del río”. Y yo, a un niño de ocho años a quien pretendía enseñar, le pedí que me definiera la playa; y él, con un tartamudeo de incertidum­bres, sacando el poema de su jarro pequeño, supo responder­me: “La playa es el sitio donde descansa el mar”.

En Andalucía este lenguaje poético se escucha por las calles. Y en Córdoba, donde había nacido Góngora, el lujo de la pa­labra posee, además, el lujo de los silencios. Es una de las ra­zones por las que don Luis de Góngora es barroco en sus for­mas, difícil de entender y suscitador de opiniones encontra­das. Lorca lo rescata de su leprosario “lleno de llagas” nom­brándolo padre de la moderna lírica. A Góngora, dice, no hay que leerlo, sino estudiarlo.

Lleno de latines y culteranismo, el cordobés encuentra un defensor en el conferenciante Federico, a quien Miguel Her­nández pidió opinión para su libro más gongorino: Perito en Lunas.

“. . . Pero lo interesante es que, tratando formas y objetos de pe­queño tamaño, lo haga con el mismo amor y la misma grandeza poética. Para él, una manzana es tan intensa como el mar, y una abeja, tan sorprendente como un bosque. Se sitúa frente a la Na­turaleza con ojos penetrantes y admira la idéntica belleza que tienen por igual todas las formas”.

Hoy, con Séneca y Lucano, tiene Góngora en Córdoba su bronce que se llena de fiebres en agosto. Allí aguarda, levanta­do, la abeja entrometida, el saludo difícil de sus jueces, y otro Lorca que se lo traiga de paseo a las inmensas orillas de Buenos Aires.

LAS NANAS INFANTILES

Regalar espejos de bolsillo a las señoras es lo que pretende el poeta con esta conferencia.

Federico ha sido un viajero incansable por las tierras de Es­paña. Distingue el paisaje/cárcel de las catedrales del paisaje con alma de las canciones hibernadas en los huequecillos de la piedra. Y escucha, con su entusiasmo de siglos, las melodías que escogen las madres para dormir a sus niños cuando no tienen sueño.

“Hace unos años, paseando por las inmediaciones de Granada, oí cantar a una mujer del pueblo mientras dormía a su niño. Siempre había notado la aguda tristeza de las canciones de cuna de nuestro país; pero nunca como entonces sentí esta verdad tan concreta”.

“Al acercarme a la cantora para anotar la canción observé que era una andaluza guapa, alegre sin el menor tic de melancolía; pero una tradición viva obraba en ella y ejecutaba el mandato fielmen­te, como si escuchara las viejas voces imperiosas que patinaban por su sangre. Desde entonces he procurado recoger canciones de cuna de todos los sitios de España; quise saber de qué modo dormían a sus hijos las mujeres de mi país, y al cabo de un tiempo recibí la impresión de que España usa sus melodías para teñir el primer sueño de sus niños”.

Lorca entiende que el sueño de los niños es como desatarse de una cinta para buscar el comienzo o el final. O los dos, al mismo tiempo. Dormir es una reminiscencia de los nueve meses callados en el vientre y es. sobre todo, un acostumbramiento hacia lo último. Para un quehacer y para el otro —¡tanto tiempo en silencio!— necesitamos canciones, como se llevan libros para los largos viajes:

Duérmete niño pequeño,

duerme, que te velo yo;

Dios te dé mucha ventura

neste mundo engañador.

Morena de las morenas,

la Virgen del Castañar;

en la hora de la muerte

ella nos amparará.

Desde La Vida es Sueño de Calderón, hasta los incontables análisis de Freud, los sueños son interpretados como aligera­miento de equipaje en orden a una libertad que inconsciente­mente apetecemos. Hasta que un día el sueño no sea otra cosa que

Olvido de lo criado;

memoria del Criador;

atención a lo interior;

y estarse amando al Amado.1

NOTAS

  1. San Juan de la Cruz. Obras Completas. BAC 1971. Pág. 416.
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